Cita bíblica:
«El sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y terrible.» – Joel 2:31
Reflexión:
La fe y la ciencia, a menudo consideradas opuestas, convergen maravillosamente cuando se trata de la crucifixión de Jesús. En primer lugar, es fascinante cómo los modelos astronómicos modernos han confirmado eventos bíblicos que durante siglos fueron sostenidos únicamente por la fe. Los científicos de la NASA, utilizando tecnología avanzada, han logrado trazar con precisión los movimientos celestiales a través de la historia, proporcionando así una validación sorprendente de lo que las Escrituras han declarado durante milenios. Por consiguiente, estos descubrimientos no solo fortalecen nuestra fe, sino que también nos invitan a reflexionar sobre cómo la verdad divina trasciende cualquier limitación humana.
La transformación de Saulo de Tarso nos ofrece otro testimonio poderoso de la realidad de Cristo resucitado. En el camino a Damasco, este feroz perseguidor de la iglesia tuvo un encuentro personal con Jesús que cambió completamente el curso de su vida. «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» fueron las palabras que escuchó mientras una luz cegadora del cielo lo derribaba a tierra (Hechos 9:4). Este evento no fue una simple alucinación; fue tan real y transformador que convirtió a un enemigo acérrimo del evangelio en su defensor más apasionado. Pablo (como se le conocería después) dedicó el resto de su vida a proclamar al Cristo que se le apareció, llegando incluso a sufrir innumerables persecuciones por esta verdad. Su testimonio permanece como evidencia contundente de que Jesús es una realidad histórica cuya presencia continúa manifestándose.
Hoy, la ciencia moderna nos ofrece otra confirmación asombrosa. Los modelos de la NASA que trazan las posiciones celestiales muestran que un eclipse lunar ocurrió precisamente el 3 de abril del año 33 D.C., fecha tradicionalmente asociada con la muerte de Jesús. Este fenómeno habría sido visible en Jerusalén poco después del atardecer, dando a la luna un característico tono rojizo que concuerda perfectamente con las descripciones bíblicas de que «el sol se convirtió en oscuridad y la luna en sangre». ¿No es extraordinario que la tecnología espacial moderna confirme lo que la Biblia ha declarado durante dos milenios? Esta convergencia entre astronomía e historia sagrada nos recuerda que Jesús es más real que el aire que respiramos.
Estos hallazgos científicos nos enseñan una lección profunda: la verdad de Dios resiste el escrutinio más riguroso. Durante siglos, los escépticos han cuestionado la historicidad de los relatos evangélicos, pero la evidencia continúa acumulándose a favor de su veracidad. Cuando la ciencia más avanzada de nuestro tiempo confirma lo que los testigos oculares escribieron hace dos mil años, debemos reconocer que estamos ante algo extraordinario. En consecuencia, nuestra fe no se basa en mitos o leyendas, sino en acontecimientos históricos reales que han dejado su huella tanto en los registros humanos como en los patrones celestiales. Jesús de Nazaret vivió, murió en la cruz y resucitó, y esta verdad trasciende toda duda razonable.
Oremos juntos:
Padre Celestial, te damos gracias porque tu verdad permanece firme a través de los siglos. Nos asombra ver cómo incluso la ciencia moderna confirma la historicidad de la crucifixión de tu Hijo. Fortalece nuestra fe con estas evidencias y ayúdanos a compartir con otros la verdad de que Jesús no es un mito, sino una realidad histórica cuyo sacrificio cambió el mundo. Que tu Espíritu nos guíe para vivir en la certeza de esta verdad todos los días. En el nombre de Jesús, amén.