Cita bíblica:
Porque si vivís conforme a la carne, moriréis; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. – Romanos 8:13
Reflexión:
En nuestra vida cristiana, experimentamos una constante batalla entre nuestro espíritu renovado y nuestra naturaleza carnal. Cuando mantenemos una conexión íntima con Dios a través de la oración, la lectura de Su Palabra y la comunión con otros creyentes, fortalecemos nuestro espíritu. Sin embargo, cuando descuidamos esa relación, comienza un silencioso pero peligroso distanciamiento. Es como una planta que, privada de agua y luz, lentamente se marchita. De la misma manera, nuestra vida espiritual se debilita cuando nos desconectamos de nuestra fuente de vida, abriendo así la puerta para que los deseos de la carne tomen el control.
La Biblia nos presenta claramente este principio en la vida del rey David. A pesar de ser llamado un hombre conforme al corazón de Dios, cuando se desconectó espiritualmente, su carne prevaleció. En 2 Samuel 11, encontramos que mientras otros reyes iban a la guerra, David permaneció en Jerusalén, desviándose de su deber. En ese estado de ociosidad y desconexión espiritual, vio a Betsabé bañándose y cedió a la tentación. Un momento de debilidad se convirtió en adulterio, luego en engaño y finalmente en asesinato. Lo que comenzó como una pequeña brecha en su comunión con Dios terminó en una cascada de pecados con consecuencias devastadoras que afectaron no solo su vida, sino la de muchos otros y marcaron su reinado para siempre.
Reflexionemos: ¿Cuántas veces hemos caído en pecado no tanto por la fuerza de la tentación sino por la debilidad de nuestra vida espiritual? La carne, como una corriente persistente, siempre buscará arrastrarnos hacia lo que no agrada a Dios. Cuando estamos arraigados en Cristo, podemos resistir esas corrientes con la fuerza que Él nos da. Pero cuando nos alejamos, quedamos vulnerables y expuestos. Una relación descuidada con Dios invariablemente lleva a decisiones dominadas por la carne, acarreando dolor, arrepentimiento y consecuencias que pudieron evitarse manteniendo nuestra conexión espiritual.
La buena noticia es que nunca es tarde para restablecer nuestra comunión con Dios. Como el padre del hijo pródigo, Él siempre está esperando nuestro regreso. Cuando priorizamos nuestra relación con Él, encontramos la fortaleza para vencer los deseos de la carne. El Espíritu Santo, nuestro ayudador, nos capacita para vivir una vida que honra a Dios. Recordemos que esta batalla es constante y requiere vigilancia diaria. No se trata de perfección sino de dirección; no de nunca caer, sino de siempre levantarse y volver al camino. Al mantener nuestros ojos fijos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe, encontramos el poder para hacer morir las obras de la carne y vivir en la libertad que Él nos ha dado.
Oremos juntos:
Padre Celestial, reconozco que cuando me alejo de Ti, mi carne toma el control y caigo en pecados que me lastiman y hieren a otros. Perdóname por los momentos en que he descuidado nuestra relación. Ayúdame a mantenerme conectado contigo a través de la oración, tu Palabra y la comunión con otros creyentes. Dame discernimiento para reconocer cuando estoy comenzando a alejarme y la humildad para volver rápidamente a Ti. Por tu Espíritu, dame la fuerza para resistir las tentaciones de la carne. En el nombre de Jesús, amén.
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