Cita bíblica:
Salmo 56:8: “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro”.
Reflexión:
En medio de nuestro dolor y angustia, a menudo nos preguntamos si alguien realmente comprende la profundidad de nuestro sufrimiento. Sin embargo, el Salmo 56:8 nos revela una verdad extraordinaria: «Tú has contado mis andanzas; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?» Esta revelación nos muestra que Dios no solo ve nuestro dolor, sino que considera cada lágrima tan preciosa que la guarda cuidadosamente, como si fuera un tesoro invaluable.
Ana, la madre de Samuel, nos brinda un testimonio conmovedor de cómo Dios valora nuestras lágrimas. En 1 Samuel 1, la encontramos derramando su alma ante el Señor en el templo, con tanto dolor que el sacerdote Elí pensó que estaba ebria. Sus lágrimas de angustia por su esterilidad no fueron derramadas en vano; Dios las guardó en su redoma y respondió a su clamor dándole no solo a Samuel, sino también más hijos. Su historia nos enseña que ninguna lágrima derramada ante Dios queda sin respuesta.
Cuando contemplamos que Dios guarda cada una de nuestras lágrimas en su frasco y las registra en su libro, entendemos el valor infinito que tienen para Él. No son simples gotas de dolor; son testimonios de nuestra confianza en Su cuidado. Cada lágrima tiene un nombre y un propósito en Su plan perfecto. Él no solo las cuenta, sino que promete transformar nuestro llanto en gozo.
Nuestras lágrimas son el lenguaje silencioso del alma que Dios entiende perfectamente. Cuando lloramos, no lo hacemos solos; el Creador del universo recoge cada lágrima con amor paternal. No hay dolor demasiado pequeño ni sufrimiento demasiado grande que escape a Su atención. Él promete vindicar a Sus hijos y transformar cada momento de dolor en testimonio de Su fidelidad.
🙏Oremos Juntos:
«Amado Padre, gracias porque valoras cada una de mis lágrimas y las guardas como tesoros. Gracias porque ningún momento de dolor pasa desapercibido ante tus ojos. Confío en que transformarás mi llanto en danza y mis lágrimas en testimonios de tu fidelidad. En el nombre de Jesús, amén.»