Cita bíblica:
«Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar.» – 1 Pedro 5:8
Reflexión:
En nuestra batalla espiritual diaria, debemos reconocer una cualidad innegable de nuestro adversario: su persistencia. A pesar de que el enemigo sabe que el final de la guerra ya está decidido, nunca cesa en sus intentos de hacernos tropezar. Él comprende que no se trata de detener lo inevitable; actúa movido por su orgullo y su naturaleza rebelde. Aunque sabe que no puede ganar, su objetivo no es la victoria final, sino arrastrar con él la mayor cantidad posible de almas. Cada vida que logra desviar del propósito de Dios representa para él una pequeña victoria en medio de una guerra perdida. Es su rechazo a admitir la derrota lo que lo impulsa a seguir; su satisfacción está en corromper y destruir todo lo que pueda antes del juicio final. Sin embargo, esta realidad nos presenta una profunda lección. Si el adversario, conociendo su derrota final, sigue luchando con tanta determinación, ¿Cuánto más nosotros, que tenemos la victoria asegurada en Cristo Jesús, deberíamos perseverar? Por lo tanto, necesitamos adoptar esta misma persistencia, no para destruir, sino para edificar el Reino de Dios con inquebrantable determinación.
Observemos el ejemplo de Pedro, quien nos muestra esta verdad con claridad en su propio camino de fe. Después de negar a Jesús tres veces, podría haberse rendido completamente, abrumado por la vergüenza y el fracaso. No obstante, Cristo le restauró y Pedro se convirtió en una roca de persistencia para la iglesia primitiva. A pesar de enfrentar persecuciones, encarcelamientos y amenazas constantes, nunca abandonó su misión. En Hechos 4, cuando las autoridades le prohibieron hablar en el nombre de Jesús, respondió con valentía: «No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído». Esta persistencia, inspirada por el Espíritu Santo, le permitió perseverar hasta el final, cumpliendo el propósito divino para su vida.
¿Has considerado cuán irónico es que podamos aprender sobre persistencia de nuestro adversario? Si el enemigo, sabiendo que está derrotado, sigue luchando con tanta vehemencia, ¿no deberíamos nosotros ser mucho más persistentes en nuestra fe? ¿Qué pequeñas batallas has abandonado demasiado pronto? ¿Cuántas veces has renunciado a la oración, al testimonio o al servicio simplemente porque encontraste resistencia? ¿No te parece que teniendo al León de la tribu de Judá de nuestro lado, deberíamos mostrar una determinación mayor que la de nuestro adversario?
La persistencia en la fe no es opcional, es esencial. A diferencia del enemigo, nuestra persistencia no nace de la rebeldía sino del amor y la confianza en las promesas de Dios. Cuando perseveramos en la oración, en el estudio de la Palabra y en el servicio a los demás, manifestamos nuestra fe en la victoria final que Cristo ya aseguró. El apóstol Pablo lo expresó perfectamente al decir: «No me canso de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharé si no me doy por vencido» (Gálatas 6:9). Aprendamos, pues, esta lección inesperada: si el adversario persiste aun sabiendo su derrota, cuánto más debemos nosotros perseverar, conociendo nuestra victoria en Cristo.
Oremos juntos:
Padre Celestial, gracias por recordarnos que la victoria ya es nuestra en Cristo Jesús. Perdónanos por las veces que hemos abandonado la lucha demasiado pronto. Inspíranos a perseverar como Pedro, con una determinación inquebrantable nacida no del orgullo sino de la confianza en tus promesas. Danos la fortaleza para ser persistentes en la oración, en el testimonio y en el amor, sabiendo que nuestro esfuerzo no es en vano. En el nombre poderoso de Jesús, amén.