Cita bíblica:
Salmo 73:25-26 (NVI) – «¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Y fuera de ti, nada deseo en la tierra. Mi cuerpo y mi corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de mi corazón y mi herencia para siempre».
Reflexión
En este viaje de fe, he descubierto que enamorarse de Dios no es un evento único, sino un proceso continuo de rendición y descubrimiento. El salmista nos revela una verdad profunda: Dios no es simplemente una opción entre muchas, sino el anhelo supremo de un corazón transformado por la gracia.
Imaginen por un momento que están en un desierto espiritual, sedientos y agotados. De repente, encuentran un oasis rebosante de agua cristalina. ¿Acaso buscarían satisfacer su sed en charcos de agua estancada? De la misma manera, cuando realmente nos enamoramos de Dios, los placeres y tesoros de este mundo palidecen en comparación con la gloria de Su presencia.
Enamorarnos más de Dios es como subir una montaña. Con cada paso que damos hacia la cima, nuestra perspectiva cambia. Lo que una vez parecía grande abajo, se vuelve insignificante en comparación con la vista panorámica de Su grandeza y amor.
Este amor no es pasivo. Es un fuego que debe ser alimentado diariamente con el combustible de Su Palabra, la intimidad de la oración y la autenticidad de la adoración. Cuando nos enamoramos verdaderamente de Dios, nuestras prioridades se alinean con las Suyas, nuestros deseos se purifican, y nuestras vidas se convierten en un testimonio vivo de Su gracia transformadora.
Consideremos a María de Betania. En Lucas 10:38-42, la encontramos sentada a los pies de Jesús, absorta en Sus palabras, mientras su hermana Marta se afanaba con los quehaceres. Jesús elogió la elección de María, diciendo que había escogido la mejor parte. Más adelante, en Juan 12:1-8, vemos a María ungiendo los pies de Jesús con un perfume costoso, un acto de amor extravagante que llenó toda la casa con su fragancia. María entendió que no hay mejor inversión que derramar nuestro amor más preciado a los pies de Jesús.
Oración:
Padre Celestial, reconocemos que nuestros corazones fueron creados para Ti y solo en Ti encuentran verdadero descanso. Perdónanos por las veces que hemos buscado satisfacción en cisternas rotas que no retienen agua. Aviva en nosotros una pasión ardiente por Ti que consuma todo lo que no te agrada.
Señor Jesús, así como María derramó su perfume a tus pies, queremos derramar nuestras vidas como una ofrenda de amor ante Ti. Que cada pensamiento, cada acción y cada respiro sea una expresión de nuestro amor por Ti.
Espíritu Santo, enciende en nosotros un fuego de amor divino que no pueda ser apagado por las tormentas de la vida. Guíanos a una intimidad más profunda con el Padre y el Hijo.
Que nuestras vidas sean un testimonio del poder transformador de Tu amor, atrayendo a otros a experimentar la alegría incomparable de conocerte y amarte.
En el nombre de Jesús, nuestro Amado eterno, oramos. Amén.