Cita bíblica:
«Tú eres el Dios que hace maravillas; hiciste notorio en los pueblos tu poder.» – Salmo 77:14
Reflexión:
En medio de nuestras heridas más profundas y dolores agudos, a menudo olvidamos una verdad fundamental: servimos al Dios de milagros. Este poderoso versículo del Salmo 77 nos recuerda que nuestro Señor no solo realizó maravillas en tiempos bíblicos, sino que continúa manifestando su poder sanador hoy. A diferencia de los dioses inertes de otras religiones, nuestro Dios actúa, interviene y transforma. Por tanto, cuando enfrentamos diagnósticos devastadores, dolores crónicos o heridas emocionales que parecen incurables, debemos recordar que estamos en las manos del único que «hace maravillas» y cuyo poder sanador ha sido «notorio en los pueblos».
La Biblia está repleta de testimonios de sanidad divina, especialmente en el ministerio de Jesús. Recordemos a la mujer con flujo de sangre en Marcos 5, quien había sufrido durante doce largos años y gastado todo su sustento en médicos sin encontrar alivio. Los especialistas la habían desahuciado, pero ella tenía una última esperanza: «Si tan solo tocare su manto, seré sana». Con determinación y fe, se abrió paso entre la multitud hasta alcanzar a Jesús. Al instante de tocar su vestidura, sintió la sanidad fluir en su cuerpo. Cristo se volvió y le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz y queda sana de tu azote». Este milagro nos muestra que el poder sanador de Jesús responde a la fe persistente, incluso después de años de sufrimiento.
Cuando una vida se rinde completamente a Cristo, el cielo se abre y los milagros comienzan a manifestarse. Tu sanidad no es solo para tu beneficio personal; es un testimonio viviente que atraerá a otros al Señor. Piénsalo: cuando Dios te sana milagrosamente, quienes te rodean no pueden negar el poder divino obrando en tu vida. Tu testimonio se convierte en un faro de esperanza para aquellos que sufren similares aflicciones. En este preciso momento, Jesús está realizando maravillas por todo el mundo, restaurando cuerpos, mentes y espíritus quebrantados. Su poder sanador no conoce límites y puede alcanzarte ahí donde estás, con solo que te acerques a Él con un corazón dispuesto.
El Dios de milagros que encontramos en las Escrituras no ha cambiado. Hebreos 13:8 nos asegura que «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos». Las mismas manos que sanaron al leproso, dieron vista al ciego y resucitaron a Lázaro están extendidas hacia ti hoy. No importa cuán grave sea tu condición o cuánto tiempo hayas sufrido, nuestro Dios especialista en imposibles puede hacer maravillas en tu situación. Sin embargo, la sanidad divina siempre tiene un propósito mayor que el simple alivio físico: busca restaurar nuestra relación con Él y transformarnos a la imagen de Cristo. Al acercarnos a Jesús en busca de sanidad, descubrimos que Él desea sanar no solo nuestros cuerpos, sino también nuestras almas.
Oremos juntos:
Padre Celestial, tú eres el Dios que hace maravillas. Hoy me acerco a tu trono de gracia, creyendo que tu poder sanador puede tocar cada área quebrantada de mi vida. Te entrego mis dolores, enfermedades y heridas emocionales, confiando en que tus manos sanadoras están obrando en mí ahora mismo. Ayúdame a mantener mi fe firme mientras espero tu toque milagroso. Que mi sanidad sea un testimonio de tu gloria y atraiga a otros a conocerte. En el poderoso nombre de Jesús, el Sanador Divino, amén.
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