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Cita bíblica:
«No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos.» – Gálatas 6:9
Reflexión:
Cuando Dios planta una promesa en nuestro corazón, comienza un viaje que invariablemente pasa por valles profundos antes de alcanzar las cumbres. En medio del proceso, el cansancio se convierte en nuestro mayor adversario. A menudo, no es la falta de fe lo que nos hace tambalear, sino el agotamiento de esperar y perseverar. Sin embargo, es precisamente en estos momentos cuando debemos recordar que el tiempo de Dios rara vez coincide con nuestras expectativas. El apóstol Pablo nos exhorta con sabiduría: «No nos cansemos de hacer el bien». Esta frase no es una sugerencia amable, sino un mandato espiritual que reconoce nuestra tendencia humana al desaliento.
Pablo mismo ejemplifica esta verdad de manera extraordinaria. Consideremos su ministerio: enfrentó naufragios, azotes, prisiones, hambre y persecución constante. En su segunda carta a los corintios, confesó haber llegado a desesperar de la vida misma. Sin embargo, nunca abandonó su llamado apostólico. A pesar de las circunstancias abrumadoras, continuó escribiendo epístolas desde prisiones húmedas, plantando iglesias en territorios hostiles y proclamando el evangelio incansablemente. Incluso cuando otros colaboradores lo abandonaron, Pablo mantuvo su curso. Al final de su vida, pudo declarar con convicción: «He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe» (2 Timoteo 4:7). Su vida nos enseña que la persistencia, no la perfección, es la clave para alcanzar la promesa.
El enemigo de nuestras almas conoce bien esta dinámica espiritual. Cuando no puede hacernos caer a través de la tentación o el pecado flagrante, emplea una estrategia más sutil: el desgaste. Nos bombardea con pequeñas frustraciones, retrasos interminables y comparaciones desalentadoras hasta que, exhaustos, comenzamos a considerar abandonar nuestro llamado a cambio de comodidad. Recordemos que sin propósito no hay cumplimiento, y cada promesa divina está ligada a un propósito eterno que trasciende nuestro bienestar inmediato. El verdadero peligro no está en fallar ocasionalmente, sino en renunciar permanentemente a lo que Dios ha depositado en nosotros.
La persistencia en el camino de fe no es opcional, es fundamental para la cosecha prometida. Las semillas más valiosas a menudo requieren las temporadas de espera más largas. El olivo puede tardar décadas en dar su primer fruto, pero luego produce por siglos. De manera similar, las promesas más significativas de Dios frecuentemente requieren procesos prolongados de preparación. Lo que estamos construyendo no es meramente para esta vida, sino para la eternidad. Cada momento de perseverancia en medio del cansancio está siendo registrado en las memorias celestiales. La clave no está en evitar sentirse cansado, sino en decidir, a pesar del cansancio, seguir avanzando con la certeza de que la cosecha vendrá «a su debido tiempo».
Oremos juntos:
Padre Celestial, reconozco ante ti mi cansancio y vulnerabilidad. Hay momentos en que el proceso parece interminable y la promesa lejana. Renueva mis fuerzas como las del águila. Ayúdame a no confundir el cansancio temporal con un llamado a abandonar tu propósito. Que pueda, como Pablo, mantener el rumbo hasta completar la carrera que has dispuesto para mí. Dame discernimiento para distinguir entre un descanso necesario y una rendición prematura. Restaura el gozo de mi salvación para que el servicio no se convierta en una carga. En el nombre de Jesús, quien perseveró hasta la cruz por amor a nosotros, amén.