Cita bíblica:
1 Juan 2:16: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo”.
Reflexión:
La codicia es una de las tentaciones más sutiles que enfrentamos diariamente. Como nos advierte 1 Juan 2:16: «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.» Esta advertencia es fundamental, pues nos recuerda que muchos de nuestros deseos desordenados comienzan con algo tan simple como una mirada. En primer lugar, debemos reconocer que la codicia no surge repentinamente; más bien, se desarrolla gradualmente cuando permitimos que nuestros ojos se detengan demasiado tiempo en aquello que no nos pertenece. Por consiguiente, nuestros pensamientos comienzan a girar alrededor de lo que vemos, y finalmente, nuestras acciones siguen el camino trazado por nuestra vista.
La Biblia nos ofrece numerosos ejemplos de cómo la codicia entra por los ojos. Pensemos en Eva, quien al principio simplemente vivía en armonía con toda la creación de Dios en el Edén. Sin embargo, todo cambió cuando «vio la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos y deseable para alcanzar sabiduría» (Génesis 3:6). Este pasaje nos revela el proceso: primero vio que era «agradable a los ojos», luego lo consideró «deseable», y finalmente actuó tomando el fruto. La mirada de Eva se convirtió en deseo, y el deseo en acción desobediente. De manera similar, David no cayó en pecado con Betsabé de inmediato; todo comenzó cuando la vio bañándose desde la azotea de su palacio. Estos ejemplos ilustran claramente que la batalla contra la codicia comienza en lo que permitimos que nuestros ojos contemplen.
Jesús entendía perfectamente esta dinámica cuando enseñó: «La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mateo 6:22). Nuestros ojos son verdaderamente las ventanas del alma, los portales a través de los cuales pueden entrar tanto la luz como la oscuridad. Cuando permitimos que nuestros ojos se fijen en posesiones materiales, en el estatus de otros o en relaciones prohibidas, estamos abriendo la puerta a la insatisfacción y al pecado. ¿Has reflexionado alguna vez sobre lo que tus ojos contemplan habitualmente? ¿Acaso no es cierto que aquello en lo que más nos enfocamos es lo que eventualmente deseamos y perseguimos?
La buena noticia es que podemos aprender a dirigir nuestra mirada hacia lo eterno en lugar de lo temporal. Pablo nos aconseja: «Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3:2). La clave para vencer la codicia no está simplemente en apartar la mirada de lo tentador, sino en fijarla intencionalmente en Dios y en Su voluntad para nosotros. Cuando enfocamos nuestros ojos en la gratitud por lo que tenemos, en el servicio a los demás y en la búsqueda del Reino de Dios, descubrimos una satisfacción que las posesiones materiales nunca podrán proporcionar. El contentamiento cristiano no viene de tener más, sino de desear menos, reconociendo que ya tenemos todo lo que necesitamos en Cristo.
Oremos Juntos:
Padre Celestial, reconozco que muchas veces he permitido que mis ojos me lleven por caminos de codicia y descontento. Ayúdame a guardar mi corazón dirigiendo mi mirada hacia Ti y hacia tu palabra. Enséñame a ver el mundo con tus ojos, valorando lo eterno por encima de lo temporal. Dame la sabiduría para reconocer cuando estoy cayendo en la trampa de desear lo que veo, y la fortaleza para apartar mi mirada de aquello que me aleja de Ti. En el nombre de Jesús, amén.