Cita bíblica:
1 Samuel 1:11
11 E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.
Reflexión:
En momentos de desesperación, muchas veces acudimos a Dios con ruegos fervientes, dispuestos a ofrecer cualquier cosa a cambio de Su intervención divina. Sin embargo, ¿qué sucede después de recibir la bendición? A menudo, la alegría por la respuesta obtenida nos hace olvidar lo que prometimos. Por tanto, es crucial recordar que nuestras promesas a Dios no son negociaciones pasajeras, sino compromisos sagrados que debemos honrar. En consecuencia, nuestra integridad espiritual se construye sobre la base de nuestra fidelidad a las promesas que hacemos ante el Señor.
La historia de Ana en 1 Samuel 1:11 nos brinda un ejemplo poderoso de una promesa cumplida. En la angustia de su esterilidad, Ana oró fervientemente al Señor diciendo: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, si te acuerdas de mí y no te olvidas de tu sierva, sino que le concedes un hijo varón, yo lo dedicaré al Señor para todos los días de su vida». Cuando Dios le concedió a Samuel, Ana no vaciló en cumplir su promesa. A pesar del inmenso amor maternal, llevó al pequeño Samuel al templo para que sirviera bajo la tutela del sacerdote Elí. Este acto de fidelidad no solo honró su palabra, sino que permitió que Samuel se convirtiera en uno de los más grandes profetas de Israel, demostrando que las promesas cumplidas abren puertas a bendiciones extraordinarias.
¿Cuántas veces, en nuestra desesperación, hemos negociado con Dios? «Señor, si me concedes esto, yo haré aquello». Y cuando recibimos lo que pedimos, ¿recordamos nuestra parte del compromiso? Cada promesa incumplida deteriora nuestra relación con Dios y debilita nuestra autoridad espiritual. Si estás a la espera de un milagro, acércate a Dios con un corazón sincero, y si decides hacer una promesa, que sea una que estés dispuesto a cumplir. Recuerda: Dios valora más la integridad de un corazón fiel que las grandes promesas hechas en momentos de desesperación.
Las promesas cumplidas construyen puentes de confianza entre nosotros y Dios. Cuando honramos nuestros compromisos, demostramos que nuestras palabras tienen peso y que nuestra fe es genuina. La fidelidad en lo pequeño nos prepara para mayores responsabilidades en el Reino. Como Ana, quizás lo que prometemos entregar es precisamente lo que más amamos, pero es en ese sacrificio donde encontramos la mayor bendición. El cumplimiento de nuestras promesas no es una carga, sino un privilegio que nos permite experimentar la fidelidad de Dios de maneras más profundas y transformadoras. Nuestro Dios es fiel a Sus promesas; seamos nosotros también fieles a las nuestras.
Oremos Juntos
Padre Celestial, perdóname por las veces que he hecho promesas que no he cumplido. Ayúdame a ser una persona de palabra, especialmente en mis compromisos contigo. Dame la fuerza para honrar lo que te he prometido, y la sabiduría para hacer promesas que pueda cumplir. Que mi vida refleje la integridad de alguien que valora la fidelidad por encima de la conveniencia. En el nombre de Jesús, amén.