Cita bíblica:
«Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: ‘No temas, porque yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo el Señor, soy tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador; a Egipto he dado por tu rescate, a Etiopía y a Seba a cambio de ti. Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé.'» – Isaías 43:1-4
Reflexión:
El amor de Dios hacia nosotros es tan profundo que trasciende nuestra comprensión humana. Desde el principio de los tiempos, el Creador del universo ha tejido su amor en cada fibra de nuestra existencia. En primer lugar, debemos entender que este amor no es casual ni temporal, sino intencional y eterno. Al meditar en Isaías 43:1-4, encontramos una revelación asombrosa: Dios nos conoce por nombre, nos ha redimido personalmente, y declara con autoridad divina que le pertenecemos. Esta pertenencia no es de esclavitud, sino de protección y valor. Además, Su promesa de estar con nosotros en medio de las aguas turbulentas y los fuegos ardientes de la vida revela un amor que no abandona ni se rinde ante las dificultades.
En el contexto histórico de Isaías, Dios hablaba a un pueblo que constantemente le había dado la espalda. A pesar de los pactos establecidos y las liberaciones milagrosas que habían experimentado, Israel se volvía repetidamente a ídolos de madera y piedra, buscando respuestas en dioses que no podían ver, oír ni salvar. Esta traición constante quebraba el corazón de Dios, quien a través del profeta Isaías expresaba no solo su dolor, sino también su incomprensible fidelidad. «A pesar de tu infidelidad», parece decir Dios, «mi amor permanece inquebrantable». Es como un padre cuyos hijos repudian su nombre y aún así, cada noche, deja la luz encendida esperando su regreso. El Creador del universo, quien no necesita de nosotros para ser completo, elige amarnos con intensidad, incluso cuando duele, incluso cuando nos desviamos, porque en su esencia divina, Él es amor inagotable.
¿Has considerado alguna vez la magnitud del amor que Dios siente por ti? No es un amor abstracto dirigido a la humanidad en general; es un amor personal, con tu nombre grabado en las palmas de Sus manos (Isaías 49:16). Cuando dice «te he llamado por tu nombre; tú eres mío», está declarando una intimidad que sobrepasa cualquier relación humana. Piénsalo: el Dios que formó las estrellas conoce cada cabello de tu cabeza, cada lágrima que has derramado, cada sueño que guardas en tu corazón. Te ama no por lo que haces o dejas de hacer, sino por quien eres: su creación, su hijo amado. Este amor no fluctúa con tus éxitos o fracasos; permanece constante como una roca firme en medio del mar embravecido de la vida.
A la luz de esta verdad transformadora, podemos encontrar consuelo incomparable en cualquier circunstancia. El amor de Dios no es simplemente un concepto teológico para estudiar, sino una realidad viva para experimentar diariamente. Cuando dice «Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo», nos asegura que nunca enfrentaremos solos las tormentas de la vida. Cuando afirma «A mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé», redefine nuestro valor más allá de lo que el mundo pueda juzgar. Esta certeza del amor divino nos invita a vivir con confianza, no basados en nuestras propias fuerzas, sino en la inquebrantable promesa del Dios que atraviesa fuego y agua para estar con nosotros. Por lo tanto, no importa qué desafíos enfrentemos hoy, podemos avanzar con la seguridad de que somos profundamente amados por el Creador del universo.
Oremos juntos:
Padre Celestial, me postro ante ti asombrado por tu amor incomprensible. Gracias porque me has llamado por mi nombre, porque me has redimido y declarado que soy tuyo. Reconozco que muchas veces he dudado de tu amor, especialmente en momentos difíciles. Perdóname por las veces que, como Israel, he buscado respuestas en otros lugares, olvidando que tú siempre has estado conmigo. Hoy recibo nuevamente la revelación de tu amor personal e inquebrantable. Ayúdame a vivir cada día en la seguridad de que soy amado no por lo que hago, sino por quien soy en ti. Que tu amor fluya a través de mí hacia otros, para que también ellos puedan conocer este amor que sobrepasa todo entendimiento. En el nombre de Jesús, la máxima expresión de tu amor, amén.