Cita bíblica:
Otra vez el diablo lo llevó a un monte muy alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: ‘Todo esto te daré, si postrado me adoras’. – Mateo 4:8-9
Reflexión:
En nuestra vida cotidiana, constantemente enfrentamos decisiones que revelan nuestras prioridades. Sin embargo, pocas veces nos detenemos a considerar qué es lo que realmente valoramos por encima de todo. Jesús fue tentado en el desierto con una oferta aparentemente irresistible: todos los reinos del mundo y su gloria. No obstante, Él rechazó inmediatamente esta propuesta porque reconocía que nada vale más que la relación con Dios Padre. De manera similar, cada uno de nosotros enfrentamos diariamente tentaciones que ponen a prueba lo que más amamos. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Qué ocupa el primer lugar en nuestro corazón?
La Biblia nos presenta un ejemplo contundente en Marcos 10:17-22. Un joven rico se acercó a Jesús con una inquietud genuina: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?» Cuando Jesús le mencionó los mandamientos, el joven respondió con confianza: «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud». Jesús, mirándolo con amor, le ofreció una invitación transformadora: «Una cosa te falta: vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme». La Escritura relata que el semblante del joven decayó y se fue triste, porque tenía muchas posesiones. Este hombre religioso descubrió, en un momento de verdad absoluta, que amaba más sus riquezas que seguir a Cristo. Su tesoro material se había convertido en su dios.
¿Hay algo que amas más que a Dios? Esta pregunta merece nuestra honesta reflexión. A menudo endiosamos nuestra carrera profesional, posición social, relaciones o posesiones materiales, colocándolas en el trono que solo le pertenece a Dios. El problema no está en tener estas cosas, sino en permitir que ellas nos tengan a nosotros. Cuando algo diferente a Dios ocupa el primer lugar en nuestro corazón, pagamos un precio espiritual incalculable. Para experimentar la plenitud en Cristo, debemos estar dispuestos a sacrificar incluso aquello que más valoramos, reconociendo que nada se compara con la bendición de conocerle a Él.
La lección es clara: nuestras decisiones revelan nuestras prioridades. Mateo 6:21 nos recuerda que «donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón». Si queremos experimentar la vida abundante que Cristo ofrece, debemos examinar regularmente qué ocupa el lugar principal en nuestras vidas. No se trata de renunciar a todo por obligación, sino de reconocer que nada merece nuestra máxima devoción excepto Dios. Cuando colocamos a Cristo en el centro de nuestras vidas, todo lo demás encuentra su lugar apropiado. En definitiva, lo que más amamos determina no solo nuestras decisiones diarias, sino también nuestro destino eterno.
Oremos juntos:
Padre celestial, humildemente reconozco que a veces permito que otras cosas ocupen el lugar que solo te pertenece a ti. Perdóname por idolatrar posesiones, relaciones o ambiciones. Ayúdame a mantener mi corazón alineado con tus prioridades, recordando que nada vale más que conocerte. Dame la valentía para soltar aquello a lo que me aferro, confiando que tu presencia es el mayor tesoro. Revela cualquier ídolo en mi vida y ayúdame a someterte cada área. En el nombre de Jesús, quien lo entregó todo por mí. Amén.

