Cita bíblica:
Juan 3:16: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.»
Reflexión:
En un mundo donde constantemente nos miden por nuestros logros, posesiones o apariencia, es fácil perder de vista nuestro verdadero valor. Como hojas llevadas por el viento, nos dejamos arrastrar por las opiniones y estándares de otros, olvidando que nuestro valor no está determinado por lo que hacemos o tenemos, sino por quién somos para Dios. En Sus ojos, somos una obra maestra única, creada con un propósito específico y amada incondicionalmente.
Recordemos a la mujer samaritana junto al pozo. Era una persona marginada por su sociedad, con una vida marcada por relaciones fallidas y rechazos. Sin embargo, Jesús la buscó específicamente, cruzando barreras culturales y religiosas para encontrarse con ella. En ese encuentro transformador, ella descubrió su verdadero valor no en su pasado o en las etiquetas que otros le habían puesto, sino en la mirada de amor y aceptación de Jesús. Su historia nos recuerda que nuestro valor no está en nuestra perfección, sino en el amor perfecto de Dios.
¿Te has sentido alguna vez como una moneda sin valor? Recuerda que el precio pagado por ti en la cruz es testimonio de tu incalculable valor. Para reconocer tu verdadero valor, comienza cada día meditando en las promesas de Dios, escribe versículos que hablen de Su amor por ti y colócalos donde puedas verlos. Rodéate de personas que reflejen el amor de Dios y participa en una comunidad de fe que te ayude a crecer en la comprensión de tu identidad en Cristo.
Tu valor no fluctúa con tus éxitos o fracasos, no disminuye con tus errores ni aumenta con tus logros. Permanece constante porque está fundamentado en el amor inmutable de Dios. Eres un tesoro precioso por el cual el Rey del universo entregó lo más valioso que tenía. Cuando comprendemos esta verdad, nuestra vida se transforma y podemos caminar con la confianza y dignidad de sabernos hijos amados del Rey.
Oremos Juntos:
Padre amado, gracias por amarme de manera tan incondicional y perfecta. Ayúdame a ver mi valor a través de Tus ojos y no a través de las opiniones cambiantes del mundo. Que cada día pueda recordar el precio que pagaste por mí y vivir en la libertad y dignidad de saberme Tu hijo amado. En el nombre de Jesús, amén.