Cita bíblica:
«¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol?» – Eclesiastés 1:3
Reflexión:
¿Has considerado alguna vez cómo sería tu vida sin Dios? En este mundo caótico y lleno de incertidumbres, muchos caminan sin rumbo, intentando llenar un vacío que sólo Dios puede completar. De hecho, sin Su presencia, nuestros días serían como niebla que se disipa con el viento, carentes de propósito eterno y significado verdadero. A pesar de que podríamos tener éxito temporal en nuestras carreras o posesiones materiales, la realidad es que, tal como lo expresa Salomón en Eclesiastés, todo sería vanidad y aflicción de espíritu sin el conocimiento del Señor.
Recordemos a Moisés, quien tuvo un encuentro transformador con Dios en la zarza ardiente. Antes de ese momento, era simplemente un pastor fugitivo, escondido en el desierto de Madián. Sin embargo, cuando aceptó el llamado divino, se convirtió en el libertador de una nación entera. Piénsalo: si Moisés hubiera rechazado la propuesta del Señor, nunca habría cumplido su propósito divino de liberar a Israel de la esclavitud egipcia. Cada vez que subía al monte a orar, fortalecía esa relación vital con Dios que le permitió enfrentar al faraón, dividir el Mar Rojo y guiar a un pueblo rebelde durante cuarenta años en el desierto. Sin Dios, Moisés habría permanecido en el anonimato, y los israelitas, en cautiverio.
Alguna vez te has preguntado, ¿Dónde estarías si el Señor no te hubiera rescatado? Quizás sumido en depresión, consumido por la amargura, atrapado en enemistades o lastimando a quienes amas. O tal vez enceguecido por una aparente prosperidad, creyendo que no necesitas de Dios, pero sintiendo ese vacío inexplicable en tu interior. El Señor es nuestra ancla en las tormentas de la vida, quien da sentido a nuestra existencia y nos hace caminar en propósito y verdad. Sin Él, somos como barcos a la deriva en un océano embravecido, sin rumbo ni destino.
En conclusión, reconocer lo que sería de nosotros sin Dios nos permite valorar más profundamente Su presencia en nuestras vidas. Así como el aire que respiramos es esencial pero muchas veces inadvertido, Dios sostiene nuestra existencia incluso cuando no somos conscientes de ello. Tal como dijo Pablo a los atenienses: «En Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17:28). Cuando finalmente comprendemos esta verdad, nuestras prioridades cambian, nuestras decisiones se transforman, y comenzamos a vivir no para nosotros mismos, sino para Aquel que nos dio vida verdadera. Hoy es el momento de agradecer por Su gracia salvadora y por el privilegio de conocerle.
Oremos juntos:
Amado Padre Celestial, hoy reconozco que sin Ti mi vida carecería de sentido y dirección. Gracias por haberme encontrado cuando estaba perdido, por darme propósito y esperanza. Ayúdame a nunca olvidar de dónde me has sacado y a vivir cada día con gratitud por Tu presencia en mi vida. Que pueda ser testimonio vivo de Tu poder transformador para aquellos que aún no Te conocen. En el nombre de Jesús, amén.
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