Cita bíblica:
«Formó, pues, el SEÑOR Dios al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida; y fue el hombre un alma viviente.» – Génesis 2:7
Reflexión:
En el acto creador, Dios no solo formó al hombre a partir del polvo de la tierra, sino que le infundió su propio aliento de vida. Somos portadores de la esencia divina, creados a imagen y semejanza de nuestro Creador. En la intimidad de este relato, descubrimos que no somos meros accidentes biológicos, sino seres vivos llenos del aliento mismo de Dios.
Cuando contemplamos la creación del ser humano, vemos que no solo fuimos diseñados con maestría, sino que fuimos dotados de una conexión directa con la fuente de la vida. Cada latido de nuestro corazón, cada respiración que tomamos, es un recordatorio constante de que llevamos dentro de nosotros el aliento mismo de Dios. Este aliento nos anima, nos impulsa y nos conecta con la eternidad.
Adán, el primer hombre, experimentó ese momento divino cuando Dios sopló en su nariz el aliento de vida. Esa experiencia trascendental nos revela que no solo somos seres físicos, sino que también somos seres espirituales, llevando en nosotros la chispa divina que nos conecta con lo eterno. No estamos solos; el aliento de Dios nos acompaña en cada paso de nuestra jornada terrenal.
Al reconocer que el aliento divino reside en nosotros, surge una profunda responsabilidad. Nuestras palabras, acciones y decisiones deben reflejar la presencia de ese aliento sagrado. Recordemos que no solo estamos vivos biológicamente, sino que estamos vivos espiritualmente por el aliento de Dios que nos sustenta.
En medio de las adversidades y desafíos de la vida, recordemos que llevamos dentro de nosotros un aliento que trasciende las circunstancias. Este aliento divino nos capacita para superar, para amar y para vivir con propósito. En la reflexión sobre el aliento de vida de Dios, encontremos renovación y fortaleza para cada día.
Oración:
Canción Relacionada:
