Cita bíblica:
«Pero el Señor le dijo a Samuel: No te dejes impresionar por su apariencia o su estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón.» – 1 Samuel 16:7 (NVI)
Reflexión:
En un mundo que constantemente asigna valor según la posición social, los títulos académicos o las posesiones materiales, es fácil caer en la trampa de medir nuestro propio valor con estos mismos estándares. Sin embargo, la Palabra de Dios nos recuerda firmemente que nuestro valor no está determinado por estas medidas temporales. Por el contrario, nuestro verdadero valor reside en quiénes somos a los ojos del Creador. A menudo, nos comparamos con otros, sintiendo que valemos menos cuando nuestros logros parecen inferiores. No obstante, Dios ve más allá de estas etiquetas superficiales y mira directamente a nuestro corazón.
La Biblia está llena de ejemplos de personas que, según los estándares humanos, no tenían valor social significativo, pero que Dios utilizó poderosamente. Consideremos a David, un simple pastor de ovejas que fue elegido por Dios para ser rey de Israel. Cuando Samuel buscaba al próximo rey entre los hijos de Isaí, pasó por alto a David porque era el menor y aparentemente insignificante. Sin embargo, Dios vio su corazón y declaró que era un hombre conforme a Su corazón. De manera similar, Jesús mismo nació en un establo y creció como hijo de un carpintero, lejos de los pasillos del poder y la riqueza. Aún así, Él era el Rey de reyes, el Salvador del mundo, demostrando que la verdadera grandeza no proviene de circunstancias externas.
Es fundamental comprender que tu valor no se mide por lo que haces, estudias, o posees. Tu nivel socioeconómico no determina tu importancia en el reino de Dios. El Señor te ama por quien eres, no por lo que tienes o logras. No te menosprecies comparándote con otros creyendo que contribuyes menos al mundo. Cada persona tiene un propósito único y divino, diseñado específicamente por Dios. Recuerda que en Sus ojos, todos somos igualmente valiosos, creados a Su imagen y para Su gloria.
La verdad liberadora es que somos hijos e hijas del Rey del universo. Nuestro valor está asegurado no por nuestros logros, sino por nuestra identidad en Cristo. Como Efesios 2:10 nos recuerda, «Somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras». Este entendimiento cambia cómo nos vemos a nosotros mismos y a los demás. Ya no estamos atrapados en la búsqueda interminable de validación a través de comparaciones o logros. En lugar de ello, podemos descansar en la verdad de que somos infinitamente amados y valorados por el Dios que nos creó con un propósito específico.
Oremos juntos:
Padre Celestial, te agradezco porque me amas incondicionalmente, no por lo que hago o tengo, sino por quien soy como tu hijo/a. Perdóname por las veces que he medido mi valor según los estándares del mundo. Ayúdame a ver mi verdadero valor a través de tus ojos y a recordar que fui creado/a a tu imagen. Dame la sabiduría para valorar a los demás como Tú lo haces, mirando más allá de las apariencias externas. Que pueda vivir con la seguridad de mi identidad en Ti, cumpliendo el propósito único para el cual me creaste. En el nombre de Jesús, amén.