Cita bíblica:
«Alabad a Jehová, porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia.» – Salmo 107:1
Reflexión:
La alabanza es mucho más que música; es una actitud del corazón que trasciende las palabras y notas musicales. Cuando elevamos nuestras voces en adoración, no estamos simplemente cumpliendo un ritual religioso, sino conectando con el propósito primordial de nuestra existencia. En primer lugar, fuimos creados para glorificar a Dios. Por consiguiente, cada vez que alabamos, nos alineamos con nuestro diseño original, liberando una alegría inexplicable que no solo transforma nuestra realidad inmediata, sino que también penetra los cielos. Además, la alabanza auténtica rompe cadenas espirituales, derriba fortalezas mentales y abre puertas que parecían herméticamente cerradas.
Es importante recordar que la música no fue originalmente un instrumento humano, sino divino. Antes de la creación del hombre, las esferas celestiales ya resonaban con melodías de adoración. Sin embargo, entre aquellos seres angelicales estaba Lucifer, descrito en Ezequiel 28 como lleno de sabiduría y «perfecto en hermosura», con «toda piedra preciosa» en su vestidura y timbales y flautas preparados para él desde su creación. Este ser celestial era, posiblemente, el director de la adoración celestial. No obstante, su belleza y posición privilegiada despertaron en él orgullo y ambición. En un acto devastador de rebelión, intentó usurpar el trono de Dios (Isaías 14), corrompiendo así el propósito original de la música. Desde entonces, Satanás ha manipulado este don divino, transformándolo en un vehículo para glorificar la inmoralidad, el egocentrismo y la rebeldía.
¿Alguna vez has considerado que cada nota musical que escuchas influye directamente en tu espíritu? La música no es moralmente neutra; contiene poder para edificar o destruir, para acercarte a Dios o apartarte de Él. Cuando elegimos conscientemente llenar nuestros oídos con canciones que glorifican el pecado, abrimos puertas espirituales a influencias dañinas. Por el contrario, la música que exalta a Dios fortalece nuestra fe, purifica nuestro pensamiento y establece una atmósfera propicia para la manifestación divina. Necesitamos redescubrir el poder transformador de la verdadera alabanza, aquella que no busca entretenimiento sino encuentro celestial.
La alabanza auténtica no es opcional para el creyente; es nuestro privilegio y responsabilidad. A través de los siglos, cada vez que el pueblo de Dios enfrentó circunstancias imposibles y decidió alabar (como Josafat ante ejércitos superiores, Pablo y Silas en la cárcel, o David en las cuevas de exilio), experimentaron intervención sobrenatural. La alabanza es nuestra arma espiritual más poderosa porque reconoce la soberanía de Dios sobre cada situación. Cuando alabamos, declaramos victoria antes de verla manifestada. Por tanto, hermanos, recuperemos el ámbito de la música para su propósito original: glorificar a nuestro Creador. Cultivemos discernimiento sobre lo que escuchamos y llevemos cada melodía cautiva a la obediencia a Cristo.
Oremos juntos:
Padre Celestial, te alabamos porque eres digno de toda gloria, honra y poder. Perdóname por las veces que he permitido que melodías contrarias a tu carácter influyan en mi espíritu. Renueva mi entendimiento para discernir qué música glorifica tu nombre y cuál honra los valores de este mundo. Que mi vida sea una constante sinfonía de adoración que alegre tu corazón. Enséñame a alabarte no solo con mis labios sino con mi vida entera, en tiempos buenos y en adversidad. Despierta en mí hambre por tu presencia y ayúdame a influenciar a otros hacia una adoración auténtica. En el poderoso nombre de Jesús, amén.
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