Devocional 20 de septiembre de 2025: «La Victoria Silenciosa: El Poder del Dominio Propio.»

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Cita bíblica:

«Cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.» – 1 Pedro 2:23

Reflexión:

En un mundo donde alzar la voz parece ser sinónimo de fortaleza, la Palabra de Dios nos invita a reconsiderar lo que realmente significa ser fuerte. Frecuentemente confundimos la capacidad de responder inmediatamente, de devolver insulto por insulto, como una demostración de poder. Sin embargo, la verdadera fortaleza no se encuentra en la rapidez de nuestra lengua, sino en el control de nuestro espíritu. En efecto, la Biblia nos enseña que «mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Proverbios 16:32). Esta perspectiva desafía nuestra tendencia natural a defendernos verbalmente, y nos muestra que, paradójicamente, el verdadero ganador en un conflicto no es quien más grita o insulta, sino quien mantiene la compostura en medio de la tormenta.

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Ningún ejemplo ilustra esta verdad con mayor claridad que el de nuestro Señor Jesucristo. Durante sus últimas horas en la tierra, Jesús enfrentó una avalancha de ultrajes, burlas y humillaciones físicas. Desde su arresto en Getsemaní hasta su muerte en la cruz, fue objeto de constantes insultos y maltratos. Los soldados romanos lo abofetearon, le escupieron y le colocaron una corona de espinas mientras se burlaban llamándolo «Rey de los judíos». Los líderes religiosos lo ridiculizaron, los transeúntes meneaban la cabeza con desprecio, e incluso uno de los malhechores crucificados a su lado lo insultaba. Sin embargo, como nos recuerda 1 Pedro 2:23, «cuando le maldecían, no respondía con maldición». Jesús poseía todo el poder del universo—podría haber convocado legiones de ángeles para defenderse—pero eligió el camino del silencio y la dignidad. Su respuesta no fue producto de debilidad, sino la manifestación más pura de fortaleza interior, demostrando que el verdadero poder radica en elegir conscientemente cómo reaccionamos ante la provocación.

Reflexionemos: ¿Cuántas veces hemos perdido batallas interiores por ganar argumentos externos? La Biblia nos enseña que los gritos e insultos no son simples expresiones de desacuerdo, sino formas de agresión que revelan más sobre nuestra falta de control que sobre la intensidad de nuestras convicciones. Cuando elevamos el tono en una discusión, no estamos demostrando más razón, sino menos dominio propio. De hecho, cada grito es una pequeña derrota personal, independientemente de cómo termine el conflicto verbal. El verdadero triunfo en cualquier desacuerdo no está en la humillación del otro, sino en la preservación de nuestra integridad y carácter cristiano.

Esta lección es particularmente relevante en nuestra sociedad digital, donde las palabras agresivas se disparan con la facilidad de un clic. El dominio propio es una disciplina espiritual que debemos cultivar diariamente. Comienza con la consciencia de que nuestras reacciones son elecciones, no reflejos inevitables. Jesús demostró que podemos elegir no devolver mal por mal, incluso cuando tenemos todo el derecho humano de hacerlo. Esto no significa que debamos tolerar abusos o permanecer en situaciones dañinas, sino que aun al establecer límites saludables, podemos hacerlo con dignidad y autocontrol. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a reflejar su carácter, respondiendo con gracia cuando recibimos desprecio, demostrando que la verdadera victoria no está en tener la última palabra, sino en preservar la paz en nuestro corazón.

Oremos juntos:

Padre Celestial, te agradezco por el ejemplo perfecto de Jesús, quien en medio del mayor sufrimiento mostró el poder del dominio propio. Confieso que muchas veces he respondido con ira cuando me han insultado o herido. Perdóname por esos momentos en que mis palabras han causado heridas en lugar de sanar. Espíritu Santo, te pido que fortalezcas mi espíritu interior y me ayudes a responder con amor cuando me enfrente a la hostilidad. Que mi silencio en momentos de provocación no sea por miedo o debilidad, sino por la fuerza que viene de ti. Ayúdame a recordar que la verdadera victoria no está en vencer a otros con palabras, sino en reflejar el carácter de Cristo con mis acciones. En el nombre poderoso de Jesús, amén.

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