Cita bíblica:
«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse.» – Santiago 1:19
Reflexión:
En un mundo dominado por el ruido constante y la urgencia de expresar nuestras opiniones, la capacidad de escuchar se ha convertido en un arte casi perdido. Sin embargo, cuando observamos detenidamente las Escrituras, descubrimos que escuchar es mucho más que un simple acto de cortesía social; es, fundamentalmente, un acto de profunda humildad. Al abrir nuestros oídos a los demás, reconocemos implícitamente que no poseemos todas las respuestas. En otras palabras, escuchar verdaderamente requiere que dejemos a un lado nuestro ego, nuestras presuposiciones y nuestro deseo natural de ser escuchados primero. Es un reconocimiento silencioso de que la otra persona tiene algo valioso que aportar a nuestra comprensión.
La Biblia nos ofrece un ejemplo extraordinario de escucha humilde en la figura del joven rey Salomón. Al iniciar su reinado, Dios se le apareció en sueños y le ofreció lo que quisiera pedir. En lugar de solicitar riquezas, larga vida o la muerte de sus enemigos, Salomón respondió con humildad: «Da, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo» (1 Reyes 3:9). Esta petición agradó tanto a Dios que le concedió no solo sabiduría sin igual, sino también las bendiciones que no había pedido. El fundamento de la legendaria sabiduría de Salomón fue su disposición a escuchar primero: a Dios, a su pueblo, incluso a las dos mujeres que disputaban por un bebé. Su humildad para escuchar antes de emitir juicio le permitió convertirse en el más sabio de los reyes. No es casualidad que los proverbios de Salomón estén llenos de exhortaciones a escuchar y a buscar entendimiento.
Reflexionemos honestamente: ¿Cuántas veces estamos simplemente esperando nuestro turno para hablar en lugar de escuchar realmente? La escucha genuina requiere humildad porque nos obliga a considerar que podríamos estar equivocados o incompletos en nuestro entendimiento. Cuando dejamos hablar a los demás sin interrumpir, sin formular respuestas mientras aún están expresando sus pensamientos, estamos practicando una forma de humildad que honra la imagen de Dios en ellos. No se trata solo de oír palabras, sino de valorar lo suficiente al otro como para darle el espacio para ser completamente escuchado.
Cuando cultivamos el arte de la escucha humilde, nuestras relaciones se transforman profundamente. Los conflictos disminuyen porque dejamos de asumir que conocemos las intenciones del otro. Nuestras decisiones mejoran porque incorporamos perspectivas que quizás nunca hubiéramos considerado. Nuestra comprensión de Dios se profundiza porque aprendemos a callar nuestras demandas lo suficiente para discernir Su voz. La humildad de escuchar nos conecta más auténticamente con los demás y con Dios mismo. Así como Jesús a menudo preguntaba antes de sanar, y escuchaba antes de enseñar, nosotros también estamos llamados a cultivar este aspecto esencial del carácter de Cristo: la humildad para escuchar primero, hablar después.
Oremos juntos:
Padre Celestial, perdóname por las veces que he estado tan lleno de mis propias palabras que no he dejado espacio para escuchar a los demás, y más importante aún, para escucharte a Ti. Dame un corazón humilde que valore más el entendimiento que tener la razón. Enséñame a escuchar con atención y respeto, reconociendo que cada persona que has creado tiene algo valioso que enseñarme. Ayúdame a ser «pronto para oír y tardo para hablar», reflejando así el carácter de Jesús. Que mis oídos atentos sean un testimonio de Tu amor y una herramienta para traer sanidad y comprensión a un mundo ruidoso. En el nombre de Jesús, amén.

