Cita bíblica:
«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad.» – 1 Timoteo 2:1-2
Reflexión:
En tiempos de incertidumbre política y social, los creyentes a menudo nos preguntamos cuál debe ser nuestra postura frente a los gobernantes, especialmente cuando sus acciones parecen contrarias a los principios bíblicos. En primer lugar, debemos reconocer que la Palabra de Dios nos llama claramente a orar por aquellos en autoridad, independientemente de su ideología o conducta. La oración no es una actividad pasiva o irrelevante, sino un poderoso acto espiritual que puede influir en el curso de las naciones. De hecho, cuando intercedemos por nuestros líderes, no solo estamos obedeciendo un mandamiento bíblico, sino también participando activamente en la batalla espiritual por el destino de nuestros países. Por lo tanto, orar por los gobernantes no es una opción para el cristiano, sino una responsabilidad sagrada que puede traer paz y justicia a nuestra sociedad.
La historia del rey Manasés, registrada en 2 Crónicas 33, nos ofrece un poderoso ejemplo de cómo un gobernante puede llevar a toda una nación al pecado y, sin embargo, ser transformado por el poder de Dios. Manasés reinó durante 55 años en Judá, y el texto bíblico declara que «hizo lo malo ante los ojos de Jehová». Restableció los lugares altos para la idolatría que su padre Ezequías había destruido, levantó altares a Baal, hizo imágenes de Asera, y se prosternó ante los astros del cielo. Llevó su maldad al extremo cuando «hizo pasar a sus hijos por fuego en el valle de los hijos de Hinom; usó de adivinaciones, artes mágicas, hechicería, y consultó a adivinos y encantadores». Su liderazgo corrupto desvió a todo el pueblo e «hizo pecar a Judá y a los habitantes de Jerusalén». El resultado fue la invasión asiria y su humillante cautiverio. Sin embargo, en su aflicción, Manasés se humilló grandemente ante Dios, quien lo restauró a su reino. Este relato nos muestra que incluso el gobernante más impío puede ser transformado cuando el pueblo de Dios intercede, y Dios, en su soberanía, interviene.
¿Hemos considerado realmente el impacto que nuestra intercesión puede tener en aquellos que dirigen nuestras naciones? La Escritura nos enseña que «el corazón del rey está en la mano de Jehová; como los ríos de agua, él lo inclina hacia donde quiere» (Proverbios 21:1). Esta verdad potencia nuestras oraciones, recordándonos que el Señor tiene autoridad soberana para poner y quitar gobernantes. Sin embargo, a menudo vemos cómo los líderes, una vez en el poder, olvidan que su posición es un préstamo divino y se inclinan a prácticas corruptas—buscando guía en lo oculto, rodeándose de influencias negativas, o sucumbiendo a la seducción del poder absoluto. La historia y la actualidad nos muestran que cuando un gobernante camina en injusticia, toda la nación sufre. Sus decisiones imprudentes o egoístas pueden llevar a crisis económicas, desintegración social o incluso guerras. Por esta razón, nuestra intercesión no es meramente un acto religioso, sino una intervención estratégica en el destino de millones de personas.
¿Qué podemos aprender entonces sobre nuestra responsabilidad hacia los gobernantes? En primer lugar, que nuestra arma más poderosa no es la crítica ni la rebelión, sino la oración persistente y llena de fe. Daniel intercedió por su nación mientras servía en la corte de un rey pagano. Nehemías oró antes de presentar su petición al rey Artajerjes. Pablo instruyó a Timoteo a guiar a la iglesia en oración por todos los que están en eminencia «para que vivamos quieta y reposadamente». Esta oración no significa aprobación de la injusticia, sino reconocimiento de que la batalla definitiva es espiritual. Tampoco nos exime de nuestra responsabilidad cívica de abogar por la justicia y la verdad. Más bien, la intercesión debe ser el fundamento sobre el cual construimos nuestra participación ciudadana. Cuando oramos por nuestros líderes, pedimos sabiduría divina para sus decisiones, protección contra influencias malignas, y sobre todo, un encuentro transformador con el Dios vivo que puede cambiar sus corazones como lo hizo con Manasés.
Oremos juntos:
Padre Celestial, venimos ante tu presencia reconociendo tu soberanía sobre todas las naciones y gobiernos del mundo. Te agradecemos porque tu Palabra nos recuerda que no hay autoridad que no provenga de ti. Hoy intercedemos por aquellos que gobiernan nuestros países, estados y ciudades. Sabemos que muchos de ellos han olvidado que su posición es un encargo divino y han torcido la justicia para su propio beneficio. Pero creemos en tu poder transformador, el mismo que cambió el corazón del rey Manasés.
Te pedimos que nuestros gobernantes sean tocados por tu Espíritu. Dales sabiduría para tomar decisiones que promuevan la justicia, la paz y el bienestar de todos, especialmente de los más vulnerables. Aparta de ellos toda influencia corrupta, toda práctica oculta, toda sed insaciable de poder. Rodéalos de consejeros sabios y temerosos de ti. Protégelos de quienes buscan manipularlos para agendas egoístas.
Señor, perdónanos como nación por nuestros pecados colectivos y por las veces que hemos fallado en interceder por nuestros líderes. Ayúdanos a ser ciudadanos responsables que no solo critican, sino que oran y actúan para la transformación de nuestra sociedad. Que tu reino venga y tu voluntad sea hecha en nuestra nación como en el cielo. En el nombre de Jesús, amén.