Devocional 19 de agosto de 2025: «Tras la Ofensa, la Bendición Espera.»

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Cita bíblica:

«No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres.» – Romanos 12:17-18

Reflexión:

Las ofensas son inevitables en nuestro caminar cristiano. Como piedras en el sendero, aparecen cuando menos las esperamos, probando nuestra madurez y carácter. En efecto, no es la ofensa en sí misma la que determina nuestro destino espiritual, sino nuestra respuesta ante ella. Cuando elegimos el camino del perdón por encima del resentimiento, estamos abriendo puertas invisibles hacia bendiciones aún no reveladas. Por consiguiente, lo que parece ser una prueba dolorosa puede transformarse en un peldaño hacia una mayor intimidad con Dios. Por tanto, debemos considerar cada ofensa no como un obstáculo insuperable, sino como una oportunidad divina para manifestar el carácter de Cristo y posicionarnos para recibir lo que Dios tiene preparado más allá del valle de la humillación.

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La Biblia nos proporciona un ejemplo extraordinario de esta verdad en la vida del rey David. Cuando su propio hijo Absalón se rebeló contra él, David se vio obligado a huir de Jerusalén en circunstancias humillantes. Durante esta retirada, según 2 Samuel 16, un hombre llamado Simei, de la familia de Saúl, salió a su encuentro lanzándole piedras e insultándolo: «¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso! El Señor ha hecho recaer sobre ti toda la sangre de la casa de Saúl». Ante tal provocación, Abisai, uno de los soldados de David, reaccionó indignado: «¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar y quitarle la cabeza». Sin embargo, la respuesta de David reveló una profunda sabiduría espiritual: «¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Si él maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué haces esto?». David percibió una dimensión espiritual en la ofensa, viendo más allá del insulto para discernir una posible lección divina. Su recompensa por esta actitud vino más tarde cuando, tras la muerte de Absalón, regresó victorioso a Jerusalén y recuperó su trono, demostrando que detrás de su humillación temporal esperaba una restauración mayor.

Reflexionemos por un momento: ¿Cuántas bendiciones potenciales hemos perdido por aferrarnos a ofensas pasadas? La realidad es que detrás de cada ofensa superada hay una bendición esperándonos. Cuando respondemos con venganza o resentimiento, quedamos atrapados en un ciclo emocional que bloquea nuestro crecimiento espiritual y cierra las puertas a nuevas oportunidades. Sin embargo, cuando elegimos perdonar, liberamos no solo a quien nos ofendió, sino principalmente a nosotros mismos. Es como si Dios hubiera diseñado el perdón como una llave maestra que desbloquea tesoros espirituales inaccesibles de cualquier otra manera. Jesús mismo enseñó esta verdad cuando vinculó nuestro perdón hacia otros con el perdón que recibimos del Padre (Mateo 6:14-15). La ofensa puede ser la antesala de nuestra mayor promoción espiritual.

El camino del perdón no es sencillo, pero sus recompensas son inmensurables. Cuando superamos una ofensa, experimentamos una liberación interior que nos prepara para recibir bendiciones mayores. Como José, quien perdonó a sus hermanos por venderlo como esclavo y eventualmente declaró: «Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien» (Génesis 50:20). Este es el misterio divino del perdón: transforma lo que el enemigo diseñó para destruirnos en un instrumento para nuestra elevación espiritual. Las ofensas correctamente manejadas fortalecen nuestro carácter, purifican nuestros motivos y profundizan nuestra dependencia de Dios. Al final, descubrimos que lo que parecía ser una prueba insoportable era en realidad el preludio necesario para una bendición extraordinaria. Por eso, la próxima vez que enfrentemos una ofensa, recordemos que no es el final de la historia, sino el capítulo que precede a una revelación mayor de la fidelidad de Dios en nuestras vidas.

Oremos juntos:

Padre Celestial, hoy reconozco ante Ti que las ofensas han dejado heridas en mi corazón. A veces he respondido al mal con mal, cerrando inadvertidamente las puertas a tus bendiciones. Gracias por mostrarme en Tu Palabra, a través de ejemplos como el de David, que hay sabiduría espiritual en responder con perdón en lugar de venganza. Te pido la gracia para ver más allá de las ofensas recibidas, discerniendo lo que quieres enseñarme a través de ellas. Ayúdame a comprender que cada persona que me ofende puede ser un instrumento en tus manos para refinar mi carácter. Dame la fortaleza para liberar el perdón, no porque quienes me hirieron lo merezcan, sino porque Tú me perdonaste primero. Hoy elijo soltar toda amargura, resentimiento y deseo de venganza, posicionándome para recibir las bendiciones que tienes reservadas más allá de las ofensas. En el nombre de Jesús, quien desde la cruz nos enseñó la máxima lección sobre el perdón, amén.

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