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Cita bíblica:
Santiago 1:5-8 – «Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.»
Reflexión:
La indecisión es como una cárcel invisible que nos mantiene atrapados entre dos mundos. Por un lado, deseamos avanzar hacia nuestro destino; por otro, el temor a equivocarnos nos paraliza en el presente. Sin embargo, debemos entender que la indecisión no es neutral; en realidad, es una decisión por defecto. Cuando nos quedamos inmóviles en la encrucijada de la vida, estamos eligiendo pasivamente permanecer en un limbo emocional y espiritual que consume nuestra energía, roba nuestra paz y secuestra nuestro futuro. Por tanto, reconocer este patrón es el primer paso para romper las cadenas que nos mantienen estancados.
Recordemos la poderosa historia de Pedro caminando sobre las aguas (Mateo 14:22-33). En aquella noche tormentosa, Jesús invitó a Pedro a salir de la barca y caminar sobre el mar embravecido. Con valentía inicial, Pedro dio pasos seguros sobre las aguas, realizando lo imposible mientras mantenía su mirada fija en Jesús. Sin embargo, cuando desvió su atención hacia las olas amenazantes y el viento rugiente, la duda invadió su corazón. En ese preciso momento comenzó a hundirse, y con desesperación clamó: «¡Señor, sálvame!». Jesús, extendiendo su mano, lo rescató diciéndole: «¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?». Esta historia nos conmueve porque refleja nuestra propia lucha entre la fe y la duda, entre la decisión valiente y la parálisis del temor.
¿Cuántas oportunidades hemos perdido por temor a equivocarnos? La indecisión no solo afecta nuestras circunstancias externas, sino que desgasta nuestra vida interior. Cada día que permanecemos atrapados en la duda, nuestra confianza se erosiona un poco más. Debemos comprender que no decidir también es una decisión, y generalmente decidimos basados en nuestro dolor emocional y no en nuestra fe. El remedio divino es claro: poner en manos de Dios las dudas que nos consumen, abandonar el temor y pedir al Espíritu Santo el discernimiento necesario para elegir lo correcto.
La Palabra de Dios nos enseña que la sabiduría para tomar decisiones no proviene de nuestras capacidades, sino de nuestra dependencia de Él. Cuando estamos paralizados por la indecisión, debemos recordar que tenemos acceso directo al Creador del universo, quien promete guiarnos con su consejo. El antídoto contra la indecisión no es la certeza absoluta sobre el resultado, sino la confianza absoluta en Aquel que sostiene nuestro futuro. Cuando entregamos nuestras decisiones a Dios, descubrimos una libertad sorprendente: la libertad de avanzar sin el peso aplastante de tener que controlar cada variable. Dios honra los corazones decididos a seguirle, incluso cuando el camino no está completamente claro.
Oremos juntos:
Padre Celestial, vengo a ti reconociendo mi lucha con la indecisión. Perdóname por las veces que he permitido que el miedo, y no la fe, gobierne mis decisiones. Te entrego hoy todas mis dudas y confusiones. Dame la sabiduría que prometiste dar abundantemente a quienes la piden con fe. Ayúdame a mantener mis ojos fijos en ti como Pedro cuando caminó sobre las aguas, para que mis decisiones reflejen confianza en tu guía y no temor al fracaso. Concédeme discernimiento por tu Espíritu Santo para elegir los caminos que me has preparado. En el nombre de Jesús, amén.