Cita bíblica:
«Y le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo.» – Juan 5:8-9
Reflexión:
En un mundo lleno de opciones, soluciones y caminos alternativos, a menudo nos perdemos buscando respuestas en todas partes menos donde realmente importa. Para empezar, debemos reconocer que nuestra tendencia natural es complicar lo simple y buscar soluciones en lugares equivocados. Sin embargo, el mensaje del evangelio es claro y directo: solo necesitamos a Jesús. No necesitamos acumular más conocimiento, más recursos o más conexiones. Por encima de todo, necesitamos una relación genuina con Aquel que puede transformar verdaderamente nuestra existencia y darle un propósito eterno.
La historia del paralítico de Betesda refleja perfectamente esta verdad. Durante treinta y ocho años, este hombre yacía junto al estanque, esperando desesperadamente que alguien lo ayudara a entrar al agua cuando esta se agitaba. Día tras día, viendo pasar la vida desde su lecho de enfermedad, su esperanza se desvanecía lentamente mientras otros conseguían lo que él no podía alcanzar. Cuando Jesús se acercó y le preguntó: «¿Quieres ser sanado?», el hombre solo pudo responder con excusas nacidas de su frustración: «Señor, no tengo quien me meta en el estanque». No podía ver que tenía frente a él no solo una solución alternativa, sino la única solución verdadera: el mismo Hijo de Dios.
Durante años, un hombre paralítico puso toda su esperanza en las aguas del estanque de Betesda. Cuando Jesús le pregunta «¿Quieres ser sanado?», él solo puede responder con excusas, enfocado en su imposible situación. Pero Jesús corta a través de su desesperanza para revelarle una verdad transformadora: el milagro no estaba en el agua, sino en Él. Primero le hace ver que su enfoque está en el lugar equivocado, antes de declararle: «No necesitas este estanque. Solo me necesitas a mí». ¿En qué «estanques» hemos puesto nuestra esperanza? ¿En un trabajo, una persona, una circunstancia? Este milagro nos recuerda que nuestra verdadera sanación y esperanza no se encuentran en un método, sino en la persona de Jesús.
Este encuentro transformador nos enseña una lección invaluable para nuestras propias vidas. Al igual que el paralítico, muchas veces ponemos nuestra confianza en «estanques»: sistemas, personas, posesiones o circunstancias que creemos que nos darán lo que necesitamos. Nos aferramos a falsas esperanzas mientras Jesús está justo a nuestro lado, ofreciéndonos no un método, sino una relación con Él. La verdadera libertad llega cuando, como el paralítico, escuchamos el mandato del Salvador: «Levántate», y obedecemos con fe. En ese momento descubrimos que en Cristo tenemos todo lo que realmente necesitamos para vivir una vida plena.
Oremos juntos:
Señor Jesús, perdóname por buscar respuestas en «estanques» equivocados mientras tú estás justo a mi lado. Reconozco que solo tú eres suficiente para mi vida. Ayúdame a poner mi esperanza únicamente en ti, no en circunstancias, personas o posesiones. Cuando me sienta paralizado por mis problemas, recuérdame que tú eres el único milagro que necesito. Permíteme escuchar tu voz diciendo «Levántate» y dame la fe para obedecerte inmediatamente. En tu nombre precioso oro, amén.
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