Devocional 10 de septiembre de 2025: «Un Cuerpo Dividido: El Desafío de la Unidad Cristiana.»

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Cita bíblica:

«Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.» – Efesios 4:3-6

Reflexión:

La unidad entre los creyentes es uno de los temas más recurrentes en el Nuevo Testamento y, sin embargo, uno de los mayores desafíos que enfrenta la iglesia actual. En primer lugar, cuando observamos el panorama del cristianismo contemporáneo, nos encontramos con denominaciones, tradiciones y movimientos que, aunque proclaman seguir al mismo Cristo, parecen habitar mundos teológicos completamente diferentes. De hecho, esta fragmentación no solo confunde a quienes están fuera de la fe, sino que también debilita nuestro testimonio colectivo. Por consiguiente, debemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que un cuerpo con una sola cabeza, Cristo, esté tan fragmentado? Además, esta división contradice directamente la oración de Jesús en Juan 17, donde pidió que todos sus seguidores «sean uno» para que el mundo crea. Por lo tanto, la búsqueda de la unidad no es meramente un ideal romántico, sino una necesidad espiritual urgente para la efectividad de nuestra misión.

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Uno de los ejemplos más reveladores sobre la tendencia humana a la división lo encontramos en la iglesia de Corinto. Pablo confronta esta situación en su primera carta: «Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer. Porque he sido informado de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay contiendas entre vosotros. Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo de Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo» (1 Corintios 1:10-12). Esta fragmentación temprana revela nuestra tendencia humana a formar grupos exclusivos basados en lealtades personales. Pablo responde con una pregunta penetrante: «¿Acaso está dividido Cristo?» (v. 13). La pregunta sigue siendo pertinente hoy. Cuando nos dividimos en facciones que reclaman una comprensión superior o más pura del evangelio, estamos implícitamente sugiriendo que Cristo está fragmentado, una noción teológicamente absurda. Este ejemplo nos recuerda que la tendencia a la división no es nueva, sino que ha estado presente desde los primeros días del cristianismo.

A través de los siglos, los cristianos se han separado principalmente por interpretaciones divergentes sobre aspectos que la Escritura no aborda con total claridad. La gran división entre la iglesia oriental y occidental en 1054, la Reforma Protestante en el siglo XVI, y las innumerables denominaciones que han surgido desde entonces, todas tienen algo en común: se originaron por desacuerdos sobre puntos donde la Biblia permite cierta flexibilidad interpretativa. Lamentablemente, en lugar de mantener la humildad frente a estos «misterios», hemos convertido interpretaciones humanas en doctrinas absolutas. La división se crea frecuentemente no por lo que la Biblia afirma claramente, sino por lo que no dice explícitamente y los creyentes suponen o infieren. Asuntos como la forma del bautismo, la estructura de gobierno eclesiástico, o detalles escatológicos han provocado separaciones que Cristo nunca pretendió. Para sanar estas fracturas, necesitamos volver a la Palabra con humildad, distinguiendo entre los fundamentos innegociables de la fe y aquellas áreas donde puede existir diversidad de pensamiento sin comprometer la unidad esencial.

¿Qué podemos aprender entonces sobre el desafío de la unidad cristiana? Primero, que la unidad bíblica no significa uniformidad en cada detalle doctrinal, sino unidad en lo esencial como Pablo lo describe en Efesios 4: «un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre». Segundo, que nuestra identidad principal no debe ser denominacional sino cristocéntrica. Tercero, que necesitamos humildad para reconocer que ninguna tradición o denominación posee toda la verdad, pues «ahora vemos por espejo, oscuramente» (1 Corintios 13:12). La verdadera unidad no ignora las diferencias, pero reconoce que lo que nos une en Cristo es infinitamente más significativo que lo que nos separa. Cuando dejamos que interpretaciones secundarias nos dividan, dañamos el cuerpo de Cristo y obstaculizamos nuestra misión. El mundo no necesita ver cristianos perfectamente uniformes en cada doctrina, sino perfectamente unidos en amor, respeto mutuo y propósito compartido, demostrando que a pesar de nuestras diferentes perspectivas, servimos a un solo Señor.

Oremos juntos:

Padre celestial, venimos ante ti reconociendo con dolor las divisiones que hemos creado y mantenido en tu cuerpo. Confesamos que muchas veces hemos elevado nuestras interpretaciones y tradiciones por encima del amor que debe caracterizarnos como tus hijos. Perdónanos por las ocasiones en que nuestro orgullo teológico ha herido la unidad por la que Jesús oró tan fervientemente.

Te pedimos sabiduría para distinguir entre lo esencial y lo secundario en nuestra fe. Ayúdanos a mantener firme lo fundamental del evangelio mientras mostramos gracia y flexibilidad en aquellos asuntos donde la Escritura permite diversidad de entendimiento. Danos un espíritu de humildad para reconocer que vemos parcialmente, y que podemos aprender de hermanos con diferentes perspectivas.

Señor Jesús, tú que derribaste el muro de separación, derriba también los muros denominacionales que nos impiden amarnos y servirte juntos. Que tu Espíritu Santo nos guíe a toda verdad y nos recuerde constantemente que somos un solo cuerpo bajo una sola cabeza. Que nuestro testimonio de unidad en la diversidad muestre al mundo el poder reconciliador de tu evangelio. En tu nombre oramos, amén.

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