Cita bíblica:
«¿Qué tienes aquí, o a quién tienes aquí, que labraste aquí sepulcro para ti, como el que en lugar alto labra su sepultura, o el que esculpe para sí morada en una peña?» – Isaías 22:16
Reflexión:
El orgullo es una de las trampas más sutiles y peligrosas que amenaza a quienes alcanzan posiciones de poder o influencia. En primer lugar, debemos reconocer que la línea entre una sana confianza y el orgullo desmedido puede ser extremadamente delgada. De hecho, muchas veces el orgullo comienza con pequeñas semillas de autosuficiencia que, con el tiempo, crecen hasta convertirse en árboles de arrogancia. Por consiguiente, necesitamos vigilar constantemente nuestro corazón para detectar estas tendencias. Además, la Biblia está repleta de ejemplos que ilustran cómo Dios se opone a los soberbios pero da gracia a los humildes. Por lo tanto, entender esta verdad no es simplemente una cuestión de crecimiento personal, sino un principio espiritual fundamental que determina nuestra relación con Dios y con los demás.
Un ejemplo poderoso y quizás menos conocido de esta verdad lo encontramos en la figura de Sebna, el mayordomo del palacio del rey Ezequías. Como administrador principal, Sebna ocupaba la segunda posición más importante del reino de Judá, un cargo que le daba acceso al rey y autoridad sobre los asuntos del palacio. Sin embargo, este poder lo llevó a la vanidad y al olvido de que su posición era un privilegio otorgado, no un mérito ganado. En Isaías 22, encontramos a este funcionario tallando para sí mismo un lujoso sepulcro en lo alto, una práctica normalmente reservada para la realeza. Esta tumba ostentosa no era simplemente un lugar de descanso final, sino un monumento a su propio ego, un intento de inmortalizar su nombre y estatus. La respuesta divina fue severa: Dios, a través del profeta Isaías, le anunció que sería destituido de su cargo y arrojado a un país lejano donde moriría, haciendo inútil su elaborada tumba. Lo interesante es que más adelante, en Isaías 36:3, vemos que Sebna ya había sido degradado a escriba, ocupando su lugar Eliaquim, un hombre que aparentemente entendía mejor el valor de la humildad en el liderazgo.
¿Qué tiene que enseñarnos hoy esta antigua historia? En nuestra cultura actual, donde el éxito se mide frecuentemente por títulos, posesiones y reconocimiento social, la tentación del orgullo es quizás mayor que nunca. Cuando ascendemos en nuestra carrera, cuando nuestro ministerio crece, cuando recibimos alabanzas por nuestro trabajo, el orgullo silenciosamente susurra que somos especiales, superiores, merecedores de tratamiento privilegiado. Comenzamos a construir nuestros propios «sepulcros elevados» –ya sea a través de ostentaciones materiales, búsqueda constante de admiración, o mediante la creencia de que las reglas ordinarias no se aplican a nosotros. Sin embargo, la lección de Sebna es clara: ninguna posición terrenal, por elevada que sea, justifica el orgullo. La grandeza verdadera siempre va acompañada de humildad, reconociendo que todo lo que tenemos y somos proviene en última instancia de Dios.
¿Cómo mantenemos entonces la humildad en medio del éxito? Primero, debemos recordar constantemente que «todo don perfecto desciende de lo alto» (Santiago 1:17). Nuestros talentos, oportunidades y logros son regalos recibidos, no trofeos ganados. Segundo, la humildad no significa negación falsa de nuestras capacidades, sino reconocimiento agradecido de su origen. Tercero, la persona realmente humilde no se preocupa excesivamente por su legado o reconocimiento, sino por el impacto positivo que puede generar en los demás. Por último, la humildad nos lleva a servir, no a esperar ser servidos. Como Jesús enseñó, «el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor» (Marcos 10:43). La verdadera grandeza no se mide por la altura del cargo que ocupamos, sino por la profundidad de nuestro servicio a los demás.
Oremos juntos:
Padre Celestial, te agradezco por este poderoso recordatorio de la importancia de la humildad en todo lo que hacemos. Reconozco que a menudo me dejo seducir por el orgullo cuando recibo bendiciones o alcanzo posiciones de influencia. Perdóname por las veces en que, como Sebna, he buscado glorificarme a mí mismo en lugar de honrarte a Ti. Ayúdame a recordar que todo lo que tengo viene de tu mano generosa, y que cualquier posición o talento que me has confiado es para servir, no para ser exaltado. Señor, cultiva en mí un corazón verdaderamente humilde que encuentre su identidad en ser tu hijo, no en títulos o reconocimientos mundanos. Dame la sabiduría para usar cualquier plataforma que me concedas para elevar a otros y glorificar tu nombre. Que mi vida refleje la humildad de Cristo, quien siendo Dios, se hizo siervo por amor a nosotros. En el nombre de Jesús, el más grande ejemplo de grandeza humilde, amén.
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