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Cita bíblica:
«Por eso tuve miedo, y fui y escondí su dinero en la tierra. Mire, aquí tiene lo que es suyo. Su señor le respondió: ‘¡Siervo malo y perezoso! ¿Así que sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido? Pues debías haber depositado mi dinero en el banco, para que a mi regreso lo hubiera recibido con intereses.'» – Mateo 25:25-27 (NVI)
Reflexión:
Las experiencias dolorosas a menudo funcionan como sepulcros para nuestros talentos. Quizás, en algún momento, compartiste tu don con entusiasmo, pero la crítica despiadada, el rechazo o incluso la envidia de otros te llevaron a enterrar lo que Dios depositó en ti. Sin embargo, debemos comprender que los dones divinos no fueron otorgados para ser sepultados bajo el peso de nuestras heridas pasadas. Al contrario, fueron concedidos para glorificar a Dios y servir a otros, independientemente de los obstáculos que hayamos enfrentado.
En consecuencia, cuando permitimos que experiencias negativas silencien nuestros talentos, no solo nos privamos de la alegría de utilizarlos, sino que también privamos al mundo de las bendiciones que Dios quería canalizar a través de nosotros.
La parábola de los talentos nos brinda una poderosa ilustración sobre esta verdad. En Mateo 25, Jesús relata la historia de un señor que antes de partir a un largo viaje, entregó diferentes cantidades de talentos (una unidad monetaria valiosa) a sus siervos, según sus capacidades. Dos de los siervos invirtieron sabiamente lo recibido y duplicaron su valor. Sin embargo, el tercero, motivado por el miedo, cavó un hoyo y escondió el dinero de su señor. A su regreso, el señor elogió y recompensó generosamente a los dos primeros, pero condenó severamente al tercero, llamándolo «malo y perezoso».
Lo más revelador de esta parábola es la justificación que ofrece el siervo: «Tuve miedo». El temor —quizás al fracaso, a la crítica o a no cumplir las expectativas— se convirtió en su justificación para la inacción. Su percepción distorsionada del carácter de su señor lo paralizó, impidiéndole tomar cualquier riesgo con lo que se le había confiado.
¿Has enterrado algún don que Dios te dio por causa de experiencias negativas? Tal vez cantabas y alguien se burló de tu voz; quizás escribías y recibiste críticas destructivas; o posiblemente tenías dones de liderazgo pero una mala experiencia te hizo dudar de tus capacidades. Reflexiona: esos dones no te fueron dados para tu propia protección o comodidad, sino para manifestar la gloria de Dios.
Cada talento, habilidad y don que posees fue depositado en ti por un propósito divino que trasciende tus heridas. Cuando permites que el miedo, originado en experiencias pasadas, determine el uso de tus dones, estás robando al mundo la bendición que Dios quería darle a través de ti.
El llamado hoy para nosotros es claro: debemos desenterrar los talentos que hemos sepultado bajo el peso del miedo, el rechazo o el fracaso. Dios no nos pide perfección en el uso de nuestros dones, sino fidelidad. El valor de un don no se mide por el aplauso que recibe, sino por la obediencia con que se ejerce.
Además, al usar nuestros dones a pesar de las heridas pasadas, experimentamos sanidad. Hay una restauración especial que ocurre cuando decidimos no permitir que las experiencias negativas definan nuestro futuro. Recuerda que el mismo Jesús fue rechazado, mal interpretado y criticado, pero nunca dejó de utilizar los dones que el Padre le dio para cumplir su propósito.
Su ejemplo nos desafía a superar el miedo y a desenterrar lo que Dios ha depositado en nosotros, para su gloria y para bendición de otros.
Oremos juntos:
Padre Celestial, hoy reconozco que a veces he enterrado los dones que Tú me has dado por miedo, dolor o experiencias negativas. Perdóname por permitir que el pasado silenciara lo que depositaste en mí para tu gloria. Te pido valor para desenterrar esos talentos, para usarlos nuevamente con confianza y libertad. Sáname de las heridas que han limitado mi servicio y ayúdame a ver mis dones a través de tus ojos, no a través del lente de experiencias dolorosas. Dame sabiduría para invertir lo que me has confiado y que mi vida produzca frutos que permanezcan para tu Reino. En el nombre de Jesús, amén.