Cita bíblica:
Mateo 23:27-28 – «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.»
Reflexión:
En nuestro caminar cristiano, a menudo nos preguntamos cuál es nuestro verdadero deber. Sin embargo, la respuesta es tan simple como profunda: mostrar el amor de Cristo en todo lo que hacemos. Jesús nos enseñó que el verdadero cristianismo no se trata simplemente de seguir reglas o mantener apariencias, sino de transformar nuestro corazón. En consecuencia, nuestras acciones deben reflejar genuinamente este cambio interior. Por lo tanto, nuestro deber como cristianos va más allá de asistir a la iglesia o conocer la Biblia; se trata fundamentalmente de vivir un amor auténtico que alcance a los demás con compasión y gracia.
Los fariseos del tiempo de Jesús nos brindan un ejemplo claro de lo que no debemos ser. Aunque conocían minuciosamente la ley y mantenían escrupulosamente los rituales externos, Jesús los confrontó duramente por su hipocresía. Por fuera parecían justos y devotos, pero por dentro estaban llenos de orgullo y juicio hacia los demás. En Mateo 23, Jesús los comparó con «sepulcros blanqueados» – hermosos por fuera pero llenos de muerte por dentro. Los fariseos se jactaban de su conocimiento y cumplimiento de la ley, sin embargo, fallaban en lo más importante: la misericordia, la justicia y la fe. A pesar de su apariencia religiosa, habían perdido el corazón del mensaje de Dios, convirtiéndose en obstáculos en lugar de puentes hacia Él.
¿Nos hemos convertido en fariseos modernos? Esta pregunta debe resonar profundamente en nuestros corazones. Cuando juzgamos a otros creyéndonos superiores, cuando señalamos pecados ajenos ignorando los nuestros, o cuando nuestra religiosidad es solo una fachada, nos alejamos del ejemplo de Cristo. Nuestro deber no es condenar sino amar; no es aparentar santidad sino cultivarla en lo secreto. El cristianismo auténtico no aleja a las personas con críticas y señalamientos, sino que las atrae con amor genuino y servicio desinteresado. Cristo no ganó almas con condenas, sino mostrando compasión por los quebrantados y marginados.
La buena noticia es que podemos elegir un camino diferente. Podemos decidir ser cristianos que reflejan verdaderamente a Jesús, mostrando un amor que no juzga sino que acepta, que no condena sino que restaura. Nuestro deber es claro: amar como Cristo amó. Esto significa extender misericordia a los quebrantados, mostrar compasión a los que sufren, y construir puentes hacia los alejados. El verdadero cristianismo no se mide por nuestra capacidad para señalar el error, sino por nuestra disposición a mostrar gracia incluso cuando no parece merecida. Cuando vivimos así, no necesitamos proclamar nuestra fe a gritos; nuestras acciones se convierten en el testimonio más poderoso.
Oremos juntos:
Padre celestial, perdónanos cuando hemos caído en la hipocresía y el juicio hacia otros. Transforma nuestros corazones para que reflejemos el amor genuino de Cristo en todo lo que hacemos. Ayúdanos a ser auténticos en nuestra fe, a servir con humildad y a amar sin condiciones. Que nuestras vidas sean un testimonio vivo de Tu gracia, atrayendo a otros no por nuestra perfección sino por Tu amor que fluye a través de nosotros. En el nombre de Jesús, amén.