Cita bíblica:
«2 Pedro 1:16-17 Porque cuando os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, no seguimos fábulas ingeniosamente inventadas, sino que fuimos testigos oculares de su majestad. Pues cuando El recibió honor y gloria de Dios Padre, la majestuosa Gloria le hizo esta declaración: Este es mi Hijo amado en quien me he complacido»
Reflexión:
En nuestro caminar cristiano, a menudo nos encontramos anhelando experiencias espirituales profundas. Sin embargo, aquellos que han experimentado la verdadera presencia de Dios en el lugar santísimo descubren que nada más puede compararse. Esta verdad se refleja en las palabras de Pedro, quien fue testigo ocular de la majestad de Cristo. Al igual que él, una vez que hemos vislumbrado la gloria de Dios, nuestros corazones quedan para siempre transformados, ansiando continuamente esa divina comunión.
La historia de Moisés ilustra poderosamente esta verdad. Después de experimentar la presencia de Dios en el Monte Sinaí, Moisés no podía conformarse con menos. En Éxodo 33:15, declara: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí». Moisés había probado la dulzura de la intimidad con Dios y entendió que nada en este mundo podía compararse. Su rostro resplandecía con la gloria divina, y su corazón ardía con un deseo insaciable de permanecer en la presencia del Todopoderoso.
Reflexionemos: ¿Hemos experimentado verdaderamente la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿Anhelamos Su compañía por encima de todo lo demás? Es crucial recordar los momentos en que Su amor nos alcanzó, cuando Su gracia nos transformó. Esos recuerdos deben avivar en nosotros un deseo constante de buscar Su rostro, de vivir en la luz de Su presencia. No nos conformemos con menos que la plenitud de Su gloria en nuestras vidas diarias.
En conclusión, el testimonio de Pedro y el ejemplo de Moisés nos desafían a buscar incansablemente la presencia de Dios. Una vez que hemos experimentado Su gloria, nada más puede satisfacer nuestras almas. Que nuestras vidas sean un testimonio constante de esta verdad, reflejando la luz de Cristo en un mundo necesitado. Que nuestro mayor anhelo sea siempre estar en Su presencia, pues allí encontramos la verdadera plenitud y propósito de nuestra existencia.
Oración:
Padre celestial, te damos gracias por revelarnos Tu gloria a través de Tu Hijo amado, Jesucristo. Aviva en nosotros un deseo insaciable de Tu presencia. Que nuestros corazones ardan con anhelo por Ti, y que nuestras vidas reflejen Tu majestad. En el nombre de Jesús, amén.