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Cita bíblica:
«Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón.» – Lucas 2:7
Reflexión:
Cuando contemplamos el nacimiento de Cristo, primero notamos el contraste radical entre quién es Él y dónde nació. El Creador del universo eligió llegar a un mundo caído, no en medio de esplendor, sino en la sencillez de un establo. Por un lado, este hecho desafía nuestras expectativas humanas de cómo debería manifestarse la divinidad. Por otro lado, nos revela el carácter de Dios que no se detiene ante nuestras imperfecciones para acercarse. Finalmente, esta paradoja divina nos consuela, pues nos muestra que Dios no requiere perfección para habitar entre nosotros, sino simplemente un espacio, por humilde que sea.
Imagina esa noche en Belén. María, exhausta tras un largo viaje, sintiendo las primeras contracciones. José, buscando desesperadamente un lugar digno para su esposa, encontrando solo rechazo. «No hay lugar», repetían las voces, mientras el Hijo de Dios esperaba para respirar nuestro mismo aire. El establo olía a animales y a heno húmedo. No había sábanas limpias, ni cuna preparada, ni la calidez de un hogar. Allí, entre la paja y el aliento de los animales que templaban el frío, nació la Luz del mundo. Las manos callosas de un carpintero recibieron al que diseñó las estrellas. María, envolviendo en pobres telas al que viste los lirios del campo. El llanto de un bebé indefenso retumbando en un estabo, mientras los ángeles contenían el aliento. El primer trono del Rey de reyes fue un pesebre donde los animales comían. ¿Puede haber mayor muestra de humildad y amor que Dios eligiendo nacer en lo más simple, en lo desechado, en lo que nadie quería?
El nacimiento de Jesús no ocurrió en un palacio, sino en un pesebre. Dios eligió un lugar sencillo, incómodo y humano para manifestarse al mundo. Esto nos revela una verdad profunda: Dios no espera que todo esté perfecto para hacerse presente en nuestra vida. Muchas veces pensamos que debemos «arreglarlo todo» antes de acercarnos a Él, pero la Navidad nos recuerda que Dios entra justo en medio del desorden, de lo frágil y de lo incompleto. Tal vez este año no fue como lo planeaste. Hay áreas que no sanaron, puertas que no se abrieron y situaciones que siguen siendo imperfectas. Aun así, Jesús quiere nacer allí. No en lo que aparenta estar bien, sino en lo que necesita redención. Permite que Cristo habite en esas áreas de tu vida donde no hay comodidad, porque es ahí donde Su gracia se manifiesta con más poder.
Esta Navidad, la invitación es a reconocer que Dios no viene solo a las partes presentables de nuestra existencia. Por el contrario, Él se especializa en transformar pesebres en santuarios. Cuando observamos nuestras imperfecciones, tememos que Dios no quiera habitar allí. Sin embargo, el mensaje del pesebre proclama exactamente lo opuesto: Dios encuentra mayor gloria al manifestarse donde menos se le espera. El Señor no está intimidado por nuestras limitaciones, ni se aleja de nuestros lugares quebrantados. De hecho, parece preferirlos como puntos de encuentro. Así que no pospongas tu acercamiento a Él hasta que todo esté «en orden». La perfección nunca fue un requisito para que Dios se manifestara; fue siempre el resultado de permitirle entrar.
🌿 Tarea del día – Ponlo en práctica
Hoy identifica tu “pesebre”.
1️⃣ Tómate unos minutos en silencio y pregúntate:
¿Qué área de mi vida he considerado demasiado imperfecta para que Dios actúe?
(Puede ser una herida, una relación rota, un error repetido o un sueño frustrado).
2️⃣ Escríbela en un papel y preséntala a Dios en oración, diciendo:
“Señor, no está perfecto, pero es Tuyo. Nace aquí.”
3️⃣ Durante el día, cada vez que recuerdes esa área, declara:
“Dios habita también en lo imperfecto.”
✨ Propósito: dejar de esconder nuestras debilidades y permitir que Dios transforme nuestros pesebres en lugares de encuentro con Su gracia.
Oremos juntos:
Amado Dios, gracias porque elegiste nacer en lo imperfecto. Me consuela profundamente saber que no te alejas de mis lugares sencillos, incompletos o quebrantados. Perdóname por las veces que he intentado presentarte solo las partes «arregladas» de mi vida, olvidando que Tú amas habitar en cada rincón de mi ser. Esta Navidad, te invito a nacer nuevamente en esas áreas de mi vida que he considerado indignas de Tu presencia: mis luchas, mis heridas sin sanar, mis sueños postergados. Hazlas Tu pesebre, Señor. Transforma con Tu presencia lo ordinario en extraordinario, lo imperfecto en testimonio de Tu gracia. En el nombre de Jesús, quien no despreció un humilde pesebre para encontrarse con la humanidad, amén.
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