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Cita bíblica:
31 Cuando Jehú entró por la puerta del palacio, ella le gritó: «¿Has venido en son de paz, asesino? ¡Tú eres igual a Zimri, quien mató a su amo!». 32 Jehú levantó la vista, la vio en la ventana y gritó: «¿Quién está de mi lado?». Entonces dos o tres eunucos se asomaron a verlo. 33 «¡Tírenla abajo!», gritó Jehú. Así que la arrojaron por la ventana, y su sangre salpicó la pared y los caballos; y Jehú pisoteó el cuerpo de Jezabel con las patas de sus caballos. 34 Luego Jehú entró al palacio, comió y bebió. Después de un rato dijo: «Que alguien se encargue de enterrar a esa maldita mujer, porque era hija de un rey»; 35 pero cuando fueron a enterrarla, solo encontraron el cráneo, los pies y las manos. – 2 de Reyes 9:31-35
Reflexión:
En la vida cristiana, enfrentamos constantemente batallas espirituales que requieren determinación y valor. Así como un cirujano debe cortar con precisión para eliminar un tumor maligno, nosotros debemos ser decisivos al enfrentar el pecado en nuestras vidas. Sin embargo, frecuentemente vacilamos, negociamos y posponemos esta confrontación necesaria. La historia de Jehú nos enseña una verdad poderosa: cuando Dios ordena eliminar el pecado, debemos actuar con determinación radical. No podemos permitirnos medias tintas ni compromisos parciales con aquello que nos separa de Dios y destruye nuestra comunión con Él.
Jezabel no era una figura ordinaria en la historia de Israel. Como esposa del rey Acab, ejercía un poder desmedido sobre el reino, promoviendo activamente la adoración a Baal e introduciendo prácticas idólatras que corrompieron al pueblo de Dios. Su maldad era legendaria: perseguía a los profetas del Señor, manipulaba la justicia y derramaba sangre inocente. En este escenario de oscuridad espiritual, Dios levantó a Jehú como instrumento de juicio. A pesar del enorme poder e influencia de Jezabel, Jehú actuó con determinación inquebrantable, sabiendo que cumplía un mandato divino. Cuando enfrentó a Jezabel en su palacio, no tembló ante su posición real ni dudó por las potenciales consecuencias. Con autoridad y sin titubeos, ordenó que fuera arrojada desde la ventana, cumpliendo así la profecía sobre su muerte y juicio.
¿Qué nos impide enfrentar nuestros pecados con la misma determinación que tuvo Jehú? ¿Acaso no tenemos al Dios Todopoderoso de nuestro lado? El pecado, como Jezabel, puede parecer intimidante y poderoso en nuestras vidas, ejerciendo influencia y control. Sin embargo, cuando comprendemos que Dios mismo nos respalda en nuestra lucha contra el pecado, podemos actuar con valor y decisión. No necesitamos temer las consecuencias de abandonar nuestros ídolos modernos – ya sea la aprobación humana, los placeres temporales o las seguridades falsas. La determinación radical para eliminar el pecado no es opcional en la vida cristiana; es esencial para nuestra libertad y crecimiento espiritual.
La historia de Jehú nos desafía a examinar nuestra propia determinación frente al pecado. Necesitamos desarrollar una santa intransigencia contra aquello que sabemos que desagrada a Dios. Esta no es una invitación a la violencia física, sino una llamada a la firmeza espiritual. Cuando Dios nos muestra áreas de pecado en nuestras vidas, debemos responder con acción inmediata y decidida. La muerte de Jezabel nos recuerda que el pecado, sin importar cuán arraigado o poderoso parezca, eventualmente enfrentará el juicio divino. La pregunta no es si podemos vencer el pecado, sino si estamos dispuestos a tomar medidas radicales para eliminarlo de nuestras vidas.
Oremos juntos:
Padre Celestial, danos la valentía de Jehú para enfrentar con determinación radical los pecados que nos acechan. Perdónanos por nuestra tendencia a negociar con aquello que sabemos que te desagrada. Ayúdanos a recordar que Tú estás de nuestro lado en esta batalla, y que nos has dado tu Espíritu Santo para vencer. Danos discernimiento para identificar las «Jezabeles» en nuestras vidas – esos pecados que ejercen influencia destructiva – y la resolución para eliminarlos completamente. En el poderoso nombre de Jesús, quien venció el pecado por nosotros, amén.