Cita bíblica:
«Yo soy el camino, la verdad y la vida —le contestó Jesús—. Nadie llega al Padre sino por mí.» – Juan 14:6 (NVI)
Reflexión:
En un mundo lleno de modelos a seguir que van y vienen, donde las celebridades, deportistas y figuras públicas capturan nuestra atención y admiración, existe un modelo inmutable que trasciende el tiempo y las culturas: Jesucristo. A diferencia de los referentes terrenales, cuya gloria se desvanece y cuyas debilidades eventualmente quedan expuestas, Cristo permanece como el único ejemplo perfecto para la humanidad. Por lo tanto, cuando buscamos un patrón a seguir en la vida, no necesitamos mirar más allá de Jesús. En Él encontramos no solo el modelo supremo de cómo vivir, sino también el propósito último de nuestra existencia. Su vida, muerte y resurrección nos proporcionan tanto el ejemplo como el significado que anhelamos profundamente.
Los apóstoles comprendieron claramente esta verdad fundamental. Observemos cómo estos hombres comunes fueron transformados al tener a Cristo como su modelo y propósito. Pedro, un pescador impulsivo y temeroso, se convirtió en una roca de fe inquebrantable; Juan, conocido como el «hijo del trueno» por su temperamento, se transformó en el apóstol del amor; Pablo, antes perseguidor de la iglesia, llegó a ser el gran misionero que proclamó «para mí el vivir es Cristo». Cada uno de ellos experimentó una metamorfosis radical no por seguir un conjunto de reglas, sino por fijar sus ojos en la persona de Jesús. Además, encontraron su propósito último no en logros personales o reconocimiento, sino en conocerle y darle a conocer. Como expresó Pablo en Filipenses 3:10: «Quiero conocer a Cristo y el poder de su resurrección». Los apóstoles no solo imitaron a Cristo externamente; permitieron que Él viviera a través de ellos, convirtiéndose así en canales de su amor y poder en un mundo necesitado.
Te invito a reflexionar: ¿es realmente Jesús tu modelo supremo y tu propósito último? No basta con admirarle a distancia o considerarle un gran maestro moral. Él nos llama a una imitación profunda, a modelar nuestro carácter, decisiones y prioridades según las suyas. Cristo es el modelo perfecto que debemos seguir, no con nuestras propias fuerzas, sino en completa dependencia del Espíritu Santo. Simultáneamente, amarle y seguirle constituye nuestro propósito esencial, el único que puede satisfacer el anhelo más profundo de nuestro corazón. Cuando alineamos nuestra vida con este doble principio —Cristo como modelo y propósito— experimentamos la plenitud para la cual fuimos creados.
Esta verdad transforma radicalmente nuestra existencia. Cuando Cristo es nuestro modelo, nuestras decisiones ya no se basan en lo que es conveniente o popular, sino en lo que refleja su carácter. Cuando Cristo es nuestro propósito, ya no vivimos desorientados o vacíos, sino con una claridad y satisfacción incomparables. Las palabras de Pablo en Gálatas 2:20 cobran vida en nosotros: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí». Esta es la esencia de la vida cristiana: permitir que nuestras vidas sean un reflejo tan fiel de Cristo que quienes nos rodean puedan ver al Maestro a través del discípulo. Nuestro llamado más elevado es convertirnos en pequeños «cristos» que caminan por este mundo, llevando su amor, compasión y verdad a cada persona que encontramos.
Oremos juntos:
Amado Señor Jesús, te reconozco como el modelo perfecto para mi vida y el propósito último de mi existencia. Perdóname por las veces que he buscado otros ejemplos a seguir o he perseguido propósitos superficiales. Hoy renuevo mi compromiso de fijar mis ojos en Ti. Moldea mi carácter según el tuyo; transforma mi manera de pensar, hablar y actuar para que refleje fielmente tu imagen. Espíritu Santo, te pido que me des la gracia para depender completamente de Ti mientras procuro seguir las pisadas de Cristo. Ayúdame a amar como Él amó, a servir como Él sirvió, y a entregarme como Él se entregó. Que mi vida sea un testimonio vivo de que Cristo no solo es mi Salvador, sino también mi Modelo supremo y mi Propósito eterno. En el nombre de Jesús, amén.