Cita bíblica:
«Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.» – Salmo 90:12
Reflexión:
¿Qué pasaría si hoy, mientras disfrutas tu café matutino o revisas tu teléfono, la muerte se sentara silenciosamente a tu lado? En primer lugar, muchos de nosotros evitamos pensar en nuestra mortalidad. Sin embargo, aceptar nuestra finitud no es morboso, sino profundamente liberador. Cuando comprendemos que nuestros días están contados, comenzamos a vivir con mayor intencionalidad. Por tanto, esta reflexión no busca infundir temor, sino despertar en nosotros un sentido de urgencia por lo que realmente importa. En consecuencia, nos invita a examinar nuestras prioridades y preguntarnos: ¿estoy verdaderamente listo para partir?
La Biblia nos ofrece un poderoso ejemplo en Lucas 12:16-21, donde Jesús cuenta la parábola del hombre rico cuyas cosechas fueron tan abundantes que decidió construir graneros más grandes para almacenar todos sus bienes. «Y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate». No obstante, esa misma noche Dios le dijo: «Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» Este hombre había planificado décadas futuras, pero no tenía ni un día más. Asimismo, había acumulado riquezas materiales, pero era espiritualmente pobre, no estaba «rico para con Dios». La muerte le llegó por sorpresa, revelando la verdadera pobreza de una vida centrada sólo en lo material.
Imagina por un momento…
Estás en medio de un día cualquiera, y la muerte, serena y sin avisar, se sienta a tu lado. Te mira con dulzura, y con voz suave te susurra:
«Termina tu comida… es hora de partir.»
¿Qué harías?
¿Correrías a abrazar a alguien? ¿Pedirías perdón? ¿Llorarías por lo que no dijiste o por lo que no viviste?
Esta escena, aunque imaginaria, nos despierta una verdad profunda:
¿Estamos realmente viviendo, o solo existiendo entre rutinas y prisa?
Cada nuevo amanecer no es una costumbre, es un regalo divino.
Una nueva oportunidad para cerrar heridas abiertas, para amar sin reservas, para soltar lo que pesa y para mirar al cielo con gratitud por lo que no merecemos, pero aún así, Dios nos concede. Que no nos sorprenda la partida con los bolsillos llenos de pendientes y el alma vacía de propósito.
La preparación para nuestro encuentro final no consiste en temer, sino en vivir plenamente en Cristo. El apóstol Pablo declaró: «Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Filipenses 1:21). Esta perspectiva revolucionaria transforma nuestra relación con la muerte. Cuando vivimos en comunión con Dios, la muerte pierde su poder atemorizante y se convierte en una puerta hacia la presencia plena de nuestro Salvador. Por lo tanto, nuestra tarea diaria es simple pero profunda: vivir cada día como una ofrenda de gratitud, un testimonio de amor y un acto de fe que dice «estoy listo» para ese momento inevitable que todos enfrentaremos.
Oremos juntos:
Padre Celestial, reconozco que mis días están en tus manos. Perdóname por las veces que he vivido como si tuviera tiempo ilimitado, postergando lo importante y acumulando lo pasajero. Ayúdame a vivir cada día con la sabiduría que viene de contar mis días correctamente. Que mis prioridades reflejen valores eternos, que mis palabras edifiquen, que mis acciones demuestren amor. Señor, no sé cuándo vendrás por mí, pero quiero estar listo, con mi casa espiritual en orden y mi corazón en paz contigo y con todos. Que al final pueda decir como Pablo: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.» En el nombre de Jesús, amén.