Cita bíblica:
Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda. (Salmo 139:1-4)
Reflexión:
El amor de Dios trasciende toda comprensión humana. En Salmo 139, David nos revela una verdad extraordinaria: Dios nos conoce completamente. Este conocimiento divino no es superficial ni distante; por el contrario, es íntimo, profundo y abarca cada aspecto de nuestro ser. Desde nuestros pensamientos más ocultos hasta nuestras palabras no pronunciadas, Él lo sabe todo. Sin embargo, lo más asombroso es que, a pesar de conocer nuestras debilidades y fallas, su amor permanece inquebrantable. En un mundo donde el conocimiento profundo suele llevar a la desilusión, el amor de Dios rompe ese paradigma, pues cuanto más nos conoce, más profundamente nos ama.
Pensemos en la historia de Pedro. Jesús conocía perfectamente a este discípulo impulsivo antes de llamarlo. Sabía que Pedro lo negaría tres veces en su momento de mayor necesidad. No obstante, este conocimiento previo no impidió que Jesús lo amara, lo llamara y le confiara responsabilidades. Incluso después de la negación, a orillas del mar de Galilea, Jesús buscó a Pedro para restaurarlo, no para condenarlo. Le preguntó tres veces: «¿Me amas?», dándole la oportunidad de afirmar su amor el mismo número de veces que lo había negado. Cristo no solo perdonó a Pedro, sino que lo comisionó para alimentar sus ovejas. Este es el amor que todo lo conoce y, aún así, elige amar incondicionalmente.
¿Te has sentido alguna vez demasiado conocido para ser amado? Quizás temes que si los demás —o incluso Dios— descubrieran quién eres realmente, su amor se desvanecería. El Salmo 139 destruye ese temor. Dios ya conoce cada rincón de tu ser, cada pensamiento que has tenido, cada palabra que dirás, y aun así te rodea con su amor inquebrantable. No hay nada en ti que pueda sorprenderlo o alejarlo. Este conocimiento no debería producirnos temor, sino un profundo alivio. Podemos descansar en la certeza de que somos plenamente conocidos y, a la vez, completamente amados.
Comprender el amor omnisciente de Dios transforma nuestra vida espiritual. Ya no necesitamos esconder partes de nosotros mismos ni pretender ser quienes no somos. Podemos acercarnos a Él con total honestidad, sabiendo que su amor no depende de nuestra perfección. Este conocimiento también cambia nuestra forma de amar a los demás. Al experimentar el amor incondicional de un Dios que todo lo sabe, aprendemos a amar a otros no por lo que aparentan ser, sino por quienes realmente son. El amor de Dios nos libera de la necesidad de ocultarnos y nos invita a vivir en la luz de su perfecta aceptación, convirtiéndonos en canales de ese mismo amor transformador.
Oremos juntos:
Padre celestial, me maravillo ante tu amor que todo lo conoce. Gracias porque no hay nada en mí que te sorprenda o te aleje. Tú conoces mis pensamientos antes de que los piense, mis palabras antes de que las pronuncie, y aun así me amas completamente. Ayúdame a descansar en esta verdad y a no ocultarme de ti por vergüenza o miedo. Enséñame a amar a otros como tú me amas a mí: conociendo profundamente y amando incondicionalmente. Gracias porque puedo ser auténtico contigo, sabiendo que tu amor nunca falla. En el nombre de Jesús, amén.