Devocional 10 de noviembre de 2025: «El Ciclo Divino: Misericordia Recibida y Entregada.»

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Cita bíblica:

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. – Mateo 5:7

Reflexión:

En un mundo donde prevalecen la dureza de corazón y el juicio inmisericorde, Jesús presenta un principio revolucionario: la misericordia como camino hacia la verdadera felicidad. Esta quinta bienaventuranza establece una conexión profunda entre lo que ofrecemos y lo que recibimos. Sorprendentemente, Cristo no promete que los misericordiosos recibirán justicia estricta o reconocimiento, sino que experimentarán la misma compasión que han mostrado. En otras palabras, hay un ciclo divino: la misericordia que extendemos regresa a nosotros multiplicada. Este principio opera tanto en nuestras relaciones humanas como, sobre todo, en nuestra relación con Dios, quien responde con inmensa compasión a quienes cultivan un corazón tierno hacia los demás.

El buen samaritano, protagonista de una de las parábolas más impactantes de Jesús (Lucas 10:30-37), encarna perfectamente esta bienaventuranza. En aquella historia, un viajero judío es asaltado y abandonado moribundo al borde del camino. Tanto un sacerdote como un levita, figuras religiosas que conocían perfectamente la ley de Dios, pasan de largo ignorando su sufrimiento. Sin embargo, un samaritano -perteneciente a un pueblo despreciado por los judíos- se detiene, movido por compasión. No solo venda sus heridas y lo lleva a una posada, sino que además paga por su recuperación y promete regresar para cubrir cualquier gasto adicional. Lo extraordinario de este ejemplo es que el samaritano muestra misericordia precisamente a alguien que, en circunstancias normales, lo habría rechazado por su origen. Jesús concluye esta parábola instándonos a imitar esta compasión sin fronteras: «Ve y haz tú lo mismo».

La misericordia que Jesús bendice va mucho más allá de un sentimiento pasajero de lástima; implica una compasión activa que se involucra en el sufrimiento ajeno para aliviarlo. Ser misericordioso significa ver con los ojos del corazón, reconociendo en los demás no solo sus errores o defectos, sino su dignidad como seres creados a imagen divina. Incluye perdonar ofensas, acompañar en el dolor, y responder con bondad incluso cuando no lo merecen. ¿Cuándo fue la última vez que mostraste misericordia a alguien que te había lastimado?

La promesa ligada a esta bienaventuranza revela el carácter de Dios y su economía espiritual: «alcanzarán misericordia». No podemos exigir compasión si somos incapaces de ofrecerla. Jesús enfatizó esta verdad en la parábola del siervo inmisericorde (Mateo 18:21-35), donde un hombre perdonado de una deuda inmensa rehúsa perdonar una pequeña suma a su consiervo. La lección es clara: nuestra disposición a mostrar misericordia refleja si realmente hemos comprendido y recibido la misericordia divina. Esta bienaventuranza nos recuerda que somos canales, no terminales, de la gracia de Dios. Cuando permitimos que la compasión divina fluya a través de nosotros hacia los demás, descubrimos que, paradójicamente, nunca nos vaciamos sino que nos llenamos más del carácter de Cristo.

🎯 Desafío del Día:

Actividad práctica: Hoy te desafío a identificar una relación donde hayas sido duro o crítico y dar un paso concreto hacia la compasión. Una llamada, un mensaje, o simplemente una oración sincera por esa persona.

Oremos juntos:

Padre de misericordias, confesamos que muchas veces nuestros corazones se han endurecido. Perdónanos por juzgar con severidad mientras esperábamos comprensión para nosotros mismos. Gracias por tu compasión infinita que nos alcanza a pesar de nuestros fallos. Ayúdanos a comprender la profundidad de tu misericordia para que podamos extenderla generosamente a quienes nos rodean. Ablanda aquellas áreas de nuestro corazón donde guardamos resentimiento y enséñanos a ver a los demás como tú los ves. Que nuestras palabras sanen en lugar de herir, y nuestras acciones reflejen la compasión de Cristo. Moldéanos hasta que la misericordia sea nuestra primera respuesta ante las faltas ajenas. En el nombre de Jesús, quien encarnó la perfecta misericordia, amén.

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