Cita bíblica:
Proverbios 12:22: «Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que actúan con verdad son su contentamiento.»
Reflexión:
En un mundo donde las promesas se rompen con facilidad, la palabra dada a menudo se convierte en moneda de poco valor. Sin embargo, para nosotros como hijos de Dios, nuestra palabra debe ser un reflejo directo de nuestro carácter. Cuando decimos «sí», debe significar «sí», y cuando decimos «no», debe significar «no». En efecto, nuestras palabras no son solo sonidos que emitimos; son extensiones de quiénes somos ante Dios y ante los demás. La Escritura es clara al respecto: Dios aborrece la mentira, pero se deleita en aquellos que actúan con verdad. Por lo tanto, cada promesa que hacemos, cada compromiso que asumimos, revela si estamos caminando en integridad o si estamos simplemente navegando por la conveniencia del momento.
La Palabra Cumplida: David y Mefiboset
Este principio se ilustra poderosamente en la historia del rey David y Mefiboset, hijo de Jonatán. Años antes, David había hecho un pacto solemne con su amigo Jonatán, prometiendo que cuidaría de sus descendientes si algo le ocurría. En 2 Samuel 9, encontramos a David, ya establecido como rey, preguntando: «¿Ha quedado alguno de la casa de Saúl a quien pueda yo mostrar misericordia por amor a Jonatán?» Cuando descubrió que Mefiboset, hijo de Jonatán, vivía —un hombre lisiado de ambos pies— David no solo lo acogió en su palacio, sino que le devolvió todas las tierras que pertenecieron a su abuelo Saúl y dispuso que comiera siempre a su mesa como uno de sus propios hijos. A pesar del tiempo transcurrido y de las complejidades políticas de restaurar a un descendiente de la dinastía anterior, David honró su palabra, demostrando que un compromiso hecho en el nombre del Señor trasciende circunstancias y conveniencias.
El Llamado a la Integridad
¿Cuántas veces has dado tu palabra solo para encontrar después que era «inconveniente» cumplirla? Como seguidores de Cristo, estamos llamados a un estándar más elevado. Nuestra palabra debe ser un reflejo de la Palabra—Cristo mismo—quien es fiel y verdadero. Cuando prometemos, debemos cumplir, no por obligación, sino porque entendemos que nuestra integridad es un testimonio vivo del Dios a quien servimos. El mundo observa cómo manejamos nuestros compromisos, y a través de nuestra fidelidad o infidelidad, juzga al Dios que proclamamos. La verdadera pregunta no es si es conveniente mantener nuestra palabra, sino si estamos dispuestos a reflejar el carácter de un Dios que siempre cumple Sus promesas, aun cuando le costó la vida de Su propio Hijo.
Conclusión
El valor de nuestra palabra no se mide por la facilidad con que la damos, sino por el costo que estamos dispuestos a pagar para cumplirla. En cada promesa que mantenemos, en cada compromiso que honramos a pesar de las dificultades, participamos de la naturaleza divina de un Dios que es inmutable en Su fidelidad. No somos perfectos, ciertamente fallamos, pero cada esfuerzo por restaurar la integridad en nuestras palabras reconstruye puentes de confianza en un mundo desesperado por ver autenticidad. Que nuestras palabras, entonces, no sean simples expresiones vacías, sino declaraciones de intención respaldadas por acciones concretas. Que cuando otros piensen en nosotros, puedan decir con confianza: «Su palabra es su vínculo, porque sirven a un Dios que nunca falla».
🙏Oremos Juntos:
Padre Celestial, reconozco que muchas veces mis palabras han sido ligeras y mis promesas quebrantadas. Perdóname por no reflejar Tu fidelidad en mis compromisos. Te pido que transformes mi corazón para que mis palabras sean un reflejo verdadero de Tu carácter. Ayúdame a ser una persona de integridad, que cumple lo que promete aun cuando sea difícil o costoso. Que mi vida sea un testimonio de Tu fidelidad inquebrantable. En el nombre de Jesús, quien cumplió cada promesa hasta la cruz, amén.
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