Cita bíblica:
En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Juan 14:2
Reflexión:
En Juan 14:2,Jesús nos ofrece una promesa que va más allá de la comprensión humana: un lugar especial en el hogar celestial de nuestro Padre. Este no es simplemente un espacio físico, sino una morada eterna donde el amor divino nos espera. Jesús, en su infinita bondad, no solo nos asegura un destino en el cielo, sino que nos llama a ser portadores de su luz en la tierra. Nuestra vida, aquí y ahora, es una oportunidad para ser reflejos de ese amor celestial, guiando a otros hacia ese destino glorioso.
Imagina un cielo donde cada rincón irradie el amor y la gracia que compartimos en la tierra. Como seguidores de Cristo, estamos llamados a ser embajadores del cielo, construyendo puentes de esperanza y amor que conecten a las almas perdidas con el reino celestial. Cada acción de bondad, cada palabra de aliento, es una piedra que colocamos en la edificación del reino de Dios. Inspirados por la promesa de Jesús, debemos vivir de manera activa y comprometida, siendo testimonios vivos de la esperanza que nos aguarda.
Consideremos a Esteban, el primer mártir cristiano, cuyo testimonio se relata en Hechos 7. En medio de la persecución y ante la muerte inminente, Esteban levantó sus ojos al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús, de pie a la diestra del Padre. Con un corazón lleno de fe, Esteban clamó: «Señor Jesús, recibe mi espíritu». Su vida, llena de valentía y fidelidad, es un ejemplo claro de alguien que, aun en sus últimos momentos, se aferró a la promesa celestial. Esteban no solo encontró su morada eterna, sino que su ejemplo sigue inspirando a muchos a buscar el refugio y el consuelo en el hogar que Jesús ha preparado.
En un mundo lleno de incertidumbres, que nuestras vidas reflejen la luz del cielo. No se trata solo de esperar la promesa futura, sino de vivir cada día como testigos activos del amor de Dios. Que nuestras acciones, palabras y actitudes sean un faro que guíe a otros hacia el hogar celestial. El camino hacia el cielo comienza aquí, y cada uno de nosotros es llamado a ser un constructor en ese viaje espiritual. No esperemos pasivamente; seamos la mano extendida de Dios en la tierra, invitando a otros a unirse a esta maravillosa travesía hacia el hogar celestial.